Desde el rechazo parlamentario de la Ley Sinde se ha reabierto uno de esos debates canallas en los que las posiciones se defienden llamando imbécil al de enfrente y además anticuado, analfabeto, fascista y/o delincuente. Y entre tanto insulto cruzado se ha instalado una máxima casi indiscutible según la cual la mejor forma de ridiculizar a quienes defendemos la máxima difusión posible del conocimiento incluido el cultural es que estamos a favor del ‘todo gratis‘. Ante esa acusación la respuesta casi siempre es defensiva: no, ¡cómo voy a defender tal majadería! Yo no tengo claro que toda la cultura tenga que ser gratis, pero no me parece ningún disparate ni ninguna desconsideración hacia artistas e intelectuales. Me explico.

En sendos artículos Javier Bardem y Javier Marías ridiculizaban ese todo gratis comparando quien quisiera una película o un libro gratis con quien no quisiera pagar por los tomates que come o al casero de la casa donde vive. Vaya. Uno defendería donde fuera menester que la alimentación y la vivienda fuesen garantizadas si no gratis sí a precios testimoniales: la alimentación y la vivienda no son ejemplos que me invente yo, sino que los ponen ellos como evidencia de que todos coincidimos en que hay que pagar por ellos.

No he encontrado ningún artículo que expusiera también como ridícula la pretensión de que la sanidad o la educación fueran gratis. Quien defienda acabar con la gratuidad de la sanidad (el próximo ataque neoliberal) o de la educación se encontrará con la firme oposición de médicas y profesores: valoran tanto la dignidad y la importancia de su tarea y su contribución a una sociedad más justa que serían los primeros en oponerse a que la ciudadanía sea tratada como clientes o consumidores de su trabajo. En ningún caso contraponen la gratuidad con la valoración de su trabajo, sino todo lo contrario. Quienes defendemos que la investigación farmacéutica sea pública y su resultado no sea recibido en función de la renta no sólo no despreciamos a los investigadores, sino que consideramos su tarea de una importancia central.

Ya digo que no tengo claro si toda la cultura debe ser siempre gratis. Pero de lo que no dudo es de que eso no me enfrenta a sus creadores: si defiendo la máxima difusión del conocimiento artístico es precisamente porque considero que vertebra una sociedad que aspire a ser democrática tanto como lo hace la educación, la sanidad y el resto de derechos sociales.

Es una posición que, al menos, en lo teórico, estaba asumida hace treinta años: la propia Constitución garantiza el acceso a la cultura como uno de los escasos derechos que no se puede negar ni a un preso (art. 25.2) y afirma que “los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho” (art. 44.1). Que ello se haya convertido en un brindis al Sol, como tantos artículos constitucionales, no quiere decir que sea un disparate, sino que lo que hace poco nos parecía una evidencia hoy nos parece ridículo.

Solía citar Javier Ortiz una frase de Vázquez Montalbán en 1985 que viene al pelo: “Vosotros, en los años sesenta, decíais que yo era un maldito socialdemócrata, reformista, revisionista y no sé cuantas cosas más. Y probablemente teníais razón. Lo era y lo sigo siendo. Pero el escenario político se ha desplazado de tal manera hacia la derecha que ahora, manteniéndome en las mismas posiciones, todo el mundo me toma por un peligroso izquierdista radical“. Lo que era una evidencia en 1978, ¿es hoy un disparate?

Si te ha gustado, ¡compártelo!:

Facebook
del.icio.us
Bitacoras.com
Technorati
Wikio
Meneame
RSS
Print
PDF