Trabajo al lado de donde se crió Alejandro Sanz. Una compañera de mi oficina fue compañera suya de instituto en esa zona obrera de Madrid. Cuenta mi compañera que Alejandro Sanz hacía virguerías con la guitarra. Alguna vez he escuchado una grabación antigua de Alejandro Sanz en la que se dedicaba a tocar flamenco con mucho talento. Nadie potenció ese talento de Alejandro Sanz, nadie le ayudó a que viviera de su arte, nadie ayudó a que ese chico que se movía entre Moratalaz y La Elipa aportara su creatividad a la cultura y que viviera dignamente de ella.

No lo hizo el sector público. Madrid es un desierto de escuelas públicas de música, de locales de ensayo, un local que quiera programar conciertos sólo encuentra dificultades administrativas, no existen becas, premios, ayudas para la grabación de discos,… Nada que ayude a que quienes tienen talento puedan explotarlo, vivir dignamente de él y la sociedad pueda aprovecharse de su creatividad.

Pero tampoco lo hizo el sector privado con todos sus derechos de propiedad ni ahora ni antes de la piratería. Para vivir de la música Alejandro Sanz marginó su talento artístico: le pusieron a hacer un producto industrial que se vende como churros y del que vive muy bien. Es el fruto del modelo cultural en el que el arte se rebaja a un mero producto de consumo. En España Tarkovski estaría dirigiendo Torrente 7 o Sálvame DeLuxe (o de invitado). Si nos escandalizamos cuando unos rateros confunden una escultura de Chillida con chatarra deberíamos tener clara la diferencia.

Si se rebaja el arte a producto de consumo, lo hacemos con todas las consecuencias. Como dicen los defensores de este modelo no se debe robar a Alejandro Sanz como no se debe robar a un Carrefour (siempre que Alejandro Sanz no evada impuestos y vuelva a pagarlos en España, pero eso no viene al caso: uso a Alejandro Sanz como excusa para exponer el caso general). Y como los ladrones de un Carrefour sufren la lentitud de la justicia, tienen plenas garantías procesales, no son sometidos a comisiones especiales ni tienen legislación ad hoc, tampoco la debe tener quien robara a Alejandro Sanz uno de los productos de consumo que fabrica. Me parece perfecto que Alejandro Sanz quiera ganar dinero (si paga impuestos) y que Santiago Segura quiera que Torrente 7 sea un petardazo en taquilla (si respeta el derecho a huelga de sus equipos de rodaje), pero de lo que hablamos en estos casos no es de creación artística, sino de derecho mercantil.

Si, por el contrario, la sociedad (el sector público) se implicase en poner en uno de los centros de su vida democrática a los creadores, a los intelectuales, a quienes nos llevan a una vida más libre, más emancipada y más feliz, quien se lucrase por ese bien común sí merecería una especial hostilidad, como la debería merecer, por ejemplo, el evasor fiscal. Por desgracia no nos preocupamos de defender lo público cuando es atacado (no hay ninguna Ley Sinde contra el fraude fiscal), pero esa es otra discusión (del mismo asunto).

Si de lo que hablamos es del comercio de productos industriales, me bajo del debate. No me interesa un carajo salvo para negarme a que se limite el menor derecho de nadie por la sospecha de que tal derecho podría estar siendo usado contra esos intereses comerciales: lo mismo que haría con un ratero del Carrefour, especialmente si sólo es potencial ratero. Si de lo que hablamos es de cultura, me sumo el primero a quienes exigen las mejores condiciones de vida para los creadores, para que se nos ocurran mecanismos (perfectamente posibles) para fomentar la creación libre, en condiciones más que dignas y con toda la difusión social que se pueda. Para que su creación no esté sometida a industrias que rechacen todo talento y todo riesgo, que cierren las salidas a quienes tienen gustos minoritarios y potencien una uniformidad cultural tan apabullante como la dominante hoy. Pensemos mecanismos para que el sector público fomente la creación imposibilitando que ello conlleve dictados del poder político que vuelvan a uniformizar la cultura como ya hace el mercado (ese es un riesgo real evidente, aunque la realidad nos muestra que el sector público promueve siempre mucha más pluralidad creativa que el privado: baste ver La2, escuchar Radio3, ir al cine Doré o al Centre de Cultura Contemporànea de Barcelona). Y también para que toda la sociedad pueda crecer con la aportación artística que ha ayudado a crear impulsando la máxima difusión.

Uso a Alejandro Sanz como ejemplo. No me preocupa en absoluto que su visión del mundo encaje mucho más en la del multimillonario industrial que evade impuestos. Si es así, que no lo sé, habrá otros cientos de muchachos de Moratalaz que querrían que alguien les ayudara a explotar su talento y que la sociedad fuera mejor gracias a su aportación artística.

Hablemos de charcutería o de cultura. Pero no apliquemos a una las reglas que debieran ser para la otra. Y si hablamos de cultura, vayamos a muerte con una política cultural ambiciosísima que aspire a una cultura libre y digna. Pero ojo, si cambiamos de política cultural cambiamos de política.

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