Un entretenimiento inagotable es buscar predicciones que se hicieron en el pasado con cara de seriedad, traje y corbata para explicarnos en qué mundo vivíamos y hacia dónde íbamos: casi siempre se equivocan tanto como las películas de ciencia ficción que pronosticaron cómo serían nuestras sociedades años después.

Algunas predicciones, como la de un eclipse hecha por Tales de Mileto o la de la aparición de un satélite por Halley se han cumplido; pero aquellas que incluyeran al ser humano entre sus factores han llevado inexorablemente al fracaso. En 1992 Corcuera anunciaba la luz al final del túnel en la lucha contra ETA, en esos mismos años se vaticinaba un problemón para las pensiones en estos años que vivimos ahora porque el envejecimiento de España nos llevaría a una población de 34 o 35 millones de habitantes en su mayoría venerables, pero caros. En 2006 los economistas dominantes no preveían la crisis que comenzaría un par de años después, pero en 2010 sí nos vuelven a asustar con el envejecimiento que sufriremos (¡espero sufrirlo!) en 2040.

La demografía es una ciencia peculiar incluso cuando se refiere a animales más instintivos que nosotros. Es imposible prever una plaga de insectos, porque el tamaño de su población es especialmente sensible a pequeñas variaciones en las condiciones iniciales. Así, las predicciones demográficas de hace sólo veinte años se han desviado en casi un 30% respecto a España porque no previeron el incremento de la inmigración que ha rejuvenecido la población prevista facilitando que el pago de pensiones actual no sea en absoluto problemático.

¿Debemos esperar que en 2040 suceda algo que modifique de nuevo las predicciones demográficas? No, podemos inducir cambios. Podemos, por ejemplo, hacer una política que favorezca que los jóvenes no esperen hasta dejar de serlo para tener hijos. Hoy es muy difícil que alguien con un sueldo de mierda, un horizonte laboral tremendamente inseguro (unido a un paro juvenil del 40%), un precio de la vivienda todavía inasequible… opte por tener hijos. El envejecimiento de la población tiene dos caras: que afortunadamente morimos más viejos (y en mejores condiciones) y que todo son dificultades a la hora de tener hijos.

Si de verdad se creyeran que hay un problema con nuestras pensiones fruto de ecuaciones demográficas, antes que deteriorar las pensiones (vía reducción) harían lo posible por modificar las condiciones iniciales para que en 2040 la demografía sea más favorable: puede ser fomentando que muramos antes o que haya más jóvenes. Si optaran por lo segundo se propondrían un plan a largo plazo de ambiciosas políticas sociales con un parque público de viviendas de alquiler para toda la vida, pleno empleo (también) juvenil y sustitución del dogma de la flexibilidad por la necesidad de la estabilidad. Añadirían la obligatoriedad de paridad en las bajas tras el nacimiento de un hijo para que las empresas no castigaran a las mujeres susceptibles de ser madres. Todo eso generaría un rejuvenecimiento de la población y por tanto más cotizantes. No es por humanidad, sino por cálculos económicos y demográficos: se podría defender con traje y corbata y cara de acelga.

Pero no hacen nada de eso, sino todo lo contrario: se cargan el escaso estado social generando inseguridades que retrasarán más la natalidad y nos convencen de que el deterioro de las pensiones se hace para garantizar las pensiones. Y puede que lleven alguna razón. Ya hay anuncios en la radio diciendo que “el futuro SÍ existe“: es publicidad de un plan de pensiones de un gran banco cuya sostenibilidad sí está siendo garantizada por la reforma/recorte de las pensiones públicas.

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