Cada vez que hay una redada contra el dopaje en el deporte de élite (algo no demasiado habitual de Pirineos para abajo), surge tímidamente el debate sobre si debería ser lícito o no. Al fin y al cabo los deportistas que se dopan podrían negarse a hacerlo, se dice, y del mismo modo que estamos muchos a favor de la libertad para comprar y consumir otras drogas, lo coherente sería que si defiendo el derecho de mi vecino a fumarse un porro, no debería quitárselo por el hecho de tomárselo antes de escalar una montaña en una carrera ciclista.

Y de hecho, en ese caso, no se lo prohibiría: si compite tras haber fumado un porro, probablemente mi vecino hará una marca espantosa y sólo le imitará aquel otro ciclista que lo que quiera es subir la montaña despacito pero contento. Como no veo problema en que se atiborren de mierda los muñecos michelín de los gimnasios para deformar con más vistosidad su cuerpo.

El problema viene cuando el consumo de sustancias perjudiciales para el cuerpo a largo plazo son imprescindibles para partir en igualdad de condiciones con los competidores, es decir, para poder vivir de hacer deporte, de la profesión que a uno le gusta. Si un chaval es bueno en ciclismo, atletismo o cualquier deporte de élite y quiere dedicarse a él (con el mismo derecho que el que sea bueno en física pueda querer dedicarse a la investigación), no le quedará otra opción que machacar su cuerpo con productos tóxicos para poder partir en igualdad de condiciones con los demás.

La razón por la que se prohibe que un deportista se dope no debería ser de índole moral (si perjudica una persona a su cuerpo no le importa a nadie salvo a esa persona), sino que tiene que ver con las miserias a las que obliga la competitividad. Del mismo modo que deseamos que siga prohibido que un trabajador acuerde que su jornada laboral es de 60 horas porque forzará a todo el que quiera ser contratado a renunciar a una jornada laboral decente, si admitiéramos el uso del doping en deportes competitivos de élite no estaríamos aprobando la posibilidad de que algún deportista se dopara, sino la obligatoriedad del doping para poder ser deportista profesional.

Estamos en lo de siempre: la competitividad hace que los comportamientos no sean libres sino forzados. Si hay competitividad fiscal, no habrá soberanía fiscal, sino desaparición de la fiscalidad; si hay competitividad laboral, no habrá libertad del trabajador, sino renuncia a sus conquistas; si hay competitividad deportiva, no habrá libertad de consumo, sino la obligatoriedad de incorporarse a ese grupo que a los cuarenta años sufren altas tasas de suicidios por depresión, cánceres en lugares idénticos, etc… Eso puede ser una opción libre (el disfrute hoy a costa del futuro), pero no puede ser una obligación: quien quiera correr drogado, que lo haga, pero por ocio, nunca como profesión competitiva.

Si te ha gustado, ¡compártelo!:

Facebook
del.icio.us
Bitacoras.com
Technorati
Wikio
Meneame
RSS
Print
PDF