Imaginemos que un ciudadano vasco (de esos de apellidos de quince sílabas terminados en –etxea ) declarase que hace unos años  alguien le comunicó una reunión de la cúpula de los GAL -”no digo quiénes” aunque los lectores interpretamos claramente que estaban los condenados por secuestro Barrionuevo y Vera y el señor X– en Moncloa, que era imposible pensar que fueran a detenerlos (en aquellos momentos ni el PSOE, ni AP, ni esos periodistas, ni los jueces estaban por perseguir los GAL) pero que existía la posibilidad de volarlos por los aires y que el tal -etxea tenía que decidir si los mataba a todos o se tomaba un txakoli:

La decisión es sí o no. Lo simplifico, dije: no. Y añado a esto: todavía no sé si hice lo correcto. No te estoy planteando el problema de que yo nunca lo haría por razones morales. No, no es verdad. Una de las cosas que me torturó durante las 24 horas siguientes fue cuántos asesinatos de personas inocentes podría haber ahorrado en los próximos cuatro o cinco años. Esa es la literatura. El resultado es que dije que no.

Supongamos que ese mismo entrevistado quiere exculpar a otro -etxea, acusado del secuestro de Emiliano Revilla (“que nadie ha estudiado ni va a estudiar por el momento, ni yo lo pido, qué era o qué significaba Revilla“) y para mostrar su inocencia afirma que el otro tal –etxea fue quien dio la orden de liberar a Revilla tras varios meses de secuestro. Si llamarais terroristas a ambos -etxeas poca gente os criticaría. Es más, quien os criticara o hiciera pasar por demócrata a cualquiera de los -etxea probablemente fuera detenido por apología del terrorismo y en cualquier caso pasaría a engrosar el saco de los cómplices.

No hace falta que nos preguntemos qué pasaría si alguien con aspecto moruno fuera a una presentación de las memorias de George Bush y cuando éste fuera al servicio se colara y le metiera la cabeza en el váter para que sintiera cómo moría ahogado hasta que confesara quiénes le habían forzado a invadir y bombardear Irak: “lo hago por salvar cientos de miles de vidas de inocentes: si esa gente sigue libre cerca de nuevos presidentes pueden forzarles a asesinar en más países, como hicieron contigo, pobre George. Además sé que esto que te estoy haciendo es legal: se lo he escuchado en una entrevista a un presidente de los Estados Unidos de América”. De nuevo estaríamos ante un terrorista, un enemigo de la libertad: uno puede discrepar de lo que hizo George Bush (el propio Bush discrepaba desde el principio de la matanza que ordenó), pero dar el salto a la tortura es propio de esos países no civilizados a los que les enseñamos democracia a bomba limpia.

Este tipo de señores suele convencernos de que el terrorismo es la principal amenaza de nuestro tiempo, del tiempo que sea. Si lo sabrán ellos.

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