Andan insistiendo quienes han usado nuestro dinero (¿cuánto?) en la visita propagandística de Ratzinger en que tal visita va a ser muy beneficiosa económicamente, porque ingresaremos mucho más de lo que gastemos (¿cuánto?, ¿cuánto?, ¿cuánto?) en visitas turísticas. Es la misma mentira que se usa para cualquier despilfarro medieval: exactamente lo mismo dijo Gallardón cuando ocultaba el gasto en la boda de Felipe y Letizia (¿cuánto?) y ya podemos anunciar que por aquí no ha venido ni un turista recordando la boda principesca. Si hay un cálculo económico que podemos hacer: la rentabilidad social de la visita de este hombre es la misma que si redujésemos a cero el gasto en investigación médica; nos ahorraríamos algo de dinero, pero casi mejor gastarlo.

La comparación no es ociosa. Afortunadamente la española es una sociedad suficientemente secularizada y la gente no hace ni caso de las supersticiones que dicta la Iglesia: es desconocido el joven que llega virgen al matrimonio, es absolutamente marginal negarse a usar condones, las bodas civiles superan a las católicas pese a que muchos ateos no nos casemos por ninguno de los dos ritos mientras los católicos no deberían vivir nunca en pecado y sólo un tercio de los ciudadanos optan por desviar dinero de su declaración de la renta a financiar a la Iglesia. La jerarquía católica ha perdido muchísima influencia en la sociedad real, pero conserva la sumisión del poder político: de ahí que siga prohibido, por ejemplo, que una persona enferma disponga de su vida del mismo modo que podría hacer estando sana (es legal suicidarse; el problema lo tiene uno cuando la salud le impide hacerlo por sí mismo, que es cuando más podría desear hacerlo). De ahí, también, que cada vez menos personas pongan la equis en la Iglesia en su IRPF y que Zapatero lo compense aumentando la dotación pública para el Vaticano.

No suele mencionarse una de las mayores aberraciones que ha conseguido la Iglesia y que la colocan como enemigo de cualquier ser humano que tenga ganas de vivir con buena salud. Su superstición prohibe la investigación con células madre embrionarias y los Estados obedecen imponiendo fortísimas restricciones (cuando no la prohibición) de tal investigación. Se intenta defender tal prohibición alegando que con las células madre adultas se puede obtener casi los mismos resultados sin causar malestar a Rouco y sus hermanos, pero no sólo parece ser mentira (y además, la investigación no siempre lleva a los resultados por el camino previsto, como muestra la historia del descubrimiento de los rayos X), sino que además esa no es la razón por la que lo prohiben. La prohiben por la misma razón que en el medievo prohibían investigar con cuerpos muertos: por pura oposición entre superstición y conocimiento científico.

Los antecedentes familiares me hacen pensar que tengo una fuerte predisposición a sufrir una de esas enfermedades cuya solución se cree que podría ser más fácil con la investigación con células madre embrionarias. Hace unos años se puso de moda que los familiares de fumadores muertos por cánceres o infartos denunciaran a las tabacaleras: algunas familias se hicieron de oro a pesar de que el difunto había fumado pudiendo no hacerlo. Si en el futuro sufro alguna enfermedad sobre la que no se ha investigado todo lo posible por una imposición supersticiosa aceptada por los gobiernos, espero que mis familiares denuncien a la Iglesia Católica como otros hicieron con las Tabacaleras y consigan que efectivamente haya cierta rentabilidad económica por la propaganda vaticana. Al fin y al cabo yo dejé de fumar hace siete años y de creer en dioses hace veinte.

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