En los últimos ochenta años ha habido tres modelos de relaciones distintos entre le Estado y la religión católica. En los años 30 hubo una República que separó Estado e Iglesia situando a la Iglesia católica al mismo nivel legal que cualquier institución ideológica y con plena libertad de conciencia. Durante la dictadura fascista la Iglesia soportó al régimen, paseó al dictador bajo palio, conformó los órganos censores… A la muerte del dictador se instauró un régimen confesional pero avergonzado:  la Iglesia Católica goza de un trato especial en la Constitución, recibe millones y millones todos los años, se mantiene el concordato franquista y su caudillo es recibido con discursos tan babosos como el de Felipe de Borbón el pasado sábado.

Por ello sorprende que Ratzinger viniera a España diciendo que aquí hay un problema religioso por exceso de laicismo, problema que equiparó con la terrible situación de la democracia republicana de los años 30. Independientemente de que el exceso de laicismo puede ser tan peligroso como el exceso de libertad, de democracia, de conocimiento, de alegría…, sólo alguien moralmente miserable y nostálgico del fascismo puede señalar como épocas religiosamente problemáticas todas menos la dictadura de Franco.

Es cierto que durante la República hubo una fuerte reacción popular anticlerical. Mucha gente concibió (con razón) a la Iglesia como un instrumento de las conspiraciones golpistas contra la democracia y alguna gente se vengó en las imágenes católicas: la quema de iconos es reprobable desde el punto de vista civil, pero un católico como Ratzinger no debería ver ahí más que el ejemplo de Moisés cuando entró en cólera por la fabricación del becerro de oro. En cualquier caso la República nunca impulsó las luces iconoclastas, que fueron un movimiento popular. Si la Iglesia hubiera querido suscitar menos rechazo, lo habría conseguido dejando de luchar contra la libertad, la democracia y el conocimiento. Aunque, como el escorpión del cuento, lo llevara en su naturaleza.

Durante la guerra ambos bandos combatieron a sus enemigos sin reparar en la profesión del combatiente: en la guerra, si el que empuñaba el fusil era un abogado, una médica o un cura, era un combatiente. La Iglesia Católica calificó el alzamiento fascista como cruzada, por lo que la inmensa mayoría de los curas combatieron contra la República, y por tanto la República tenía la obligación de combatir a la inmensa mayoría de los curas. En el País Vasco, donde una parte de los curas apoyó la legitimidad republicana, fueron los fascistas quienes los mataron, pero éstos nunca han sido beatificados.

En el presente, el apoyo del Estado a la jerarquía católica es una cesión intolerable a la herencia franquista. Pero es cierto que existe una secularización por abajo  que da la espalda muy mayoritariamente al intento de control social de una jerarquía tan rancia: que apenas haya habido gente sin cargos políticos con interés por ver a Ratzinger este fin de semana muestra que la sumisión del poder político a la Iglesia no se corresponde con fervor popular alguno. Eso es lo que molesta a Ratzinger: que ya no hay la sumisión esperada a sus arcaicas directrices.

Pasarán unos cuantos siglos para que la Iglesia pida perdón a los españoles por su apoyo a la dictadura genocida y fascista. Pero pensábamos que un señor que dice que estuvo en las juventudes hitlerianas sólo por obligación (y porque no siguió el ejemplo de los mártires protocristianos, por cierto) no señalaría como problemáticas todas las etapas políticas desde los años 30 menos el nacional-catolicismo.  Ratzinger asume lo que para él no era un problema religioso: pasear al dictador bajo palio, calificar de cruzada el exterminio de los demócratas, censurar las películas que no hagan catequesis (el triste final de Los Jueves, milagro como ejemplo más bobo)… Esa es la España en la que no habría un problema religioso. La pregunta es, ¿celebraría Ratzinger un golpe militar hoy como hizo la Iglesia en los momentos que identifica con los actuales? De lo dicho el sábado a una pregunta previamente pactada se deduce que sí.

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