Luisa Fernanda Rudi, presidenta del PP de Aragón, pidió ayer que el presidente del Gobierno acuda a una misa católica que va a presidir Joseph Ratzinger con el argumento de que éste es un jefe de Estado. No ha añadido que tal Estado es la última teocracia de Europa, que tiene la forma de monarquía absoluta, que discrimina radicalmente a las mujeres, se opone a la despenalización de la homosexualidad y cuya existencia se debe a un acuerdo entre Mussolini y Pio XI. Es cierto que, aún con esos nimios detalles, Joseph Ratzinger es jefe de un Estado y España no sólo reconoce a tal Estado sino que no para de darle dinero como si fuera un país de hambrientos.

Que se quede tranquila Luisa Fernanda Rudi: el gobierno se prostrará ante Ratzinger representado por Rubalcaba en la misa compostelana. Y Fernando Jáuregui ha confirmado que la Ley de libertad de conciencia (que ya comenzaba con una renuncia al ser sólo una ley de libertad religiosa) seguirá en el limbo como los niños que mueren sin bautizar. Pero ante el hecho de que es un jefe de Estado caben dos posibilidades. La primera, que es la que parece plantear Rudi, es que el Estado español esté presente en los actos en los que participe Ratzinger y acudir también a sus misas del mismo modo que con el Lehendakari no se apartaría cuando le bailen un aurresku por mucho que no se sea vasco. La segunda es considerar que tales misas no son meros actos folklóricos ni ritos protocolarios sino sucesos religiosos en los que debe tomar parte sólo quien crea los dogmas de tal religión y quiera.

Curiosamente entre ambas concepciones la más respetuosa con la religión parece ser la segunda, la que no considera las misas como ritos exóticos sino como actos religiosos para gente religiosa. Sin embargo es la que adoptaríamos los defensores de un Estado laico: si el Estado no tiene confesión religiosa, no tiene que participar representado por nadie en acto religioso alguno (ojo: Estado también son los presidentes autonómicos y los alcaldes, incluso cuando hay elecciones a la vista). Pero son quienes más golpes de pecho se dan, son quienes besan los pies de estatuas de ídolos y ruegan por nosotros pecadores quienes cometen lo que todos entenderíamos como una falta de respeto para los religiosos: considerar sus ceremonias sagradas como meros actos folklóricos de un Estado extranjero a los que hay que acudir por cuestiones diplomáticas.

Si los católicos tuvieran a su religión como un conjunto de creencias y no como una mera estructura de poder cambiarían muchas cosas. Empezarían por pedir la despenalización de todo lo que consideren horrendos pecados porque, ¿qué más da que encarcelen unos pocos años a quien colabora con un aborto, una eutanasia o venda condones a niños de veinticinco años si luego será el buen Dios quien nos arroje al eterno sufrimiento infinito? ¿No es mejor dejarnos libres para que el albedrío que nos dio Dios nos ponga a prueba y sigamos pecando como cabrones garantizándonos un castigo de los de verdad como nos merecemos? ¿No es bueno que aquellas personas (representen o no a Estados) que no tengan clarísimo que un panecillo pueda convertirse físicamente en la carne de un señor al que matarón hace casi dos mil años (y que esta carne sea hoy digerible sin problemas de estómago) se ausenten de sus ritos sagrados y que a su muerte sea Dios quien juzgue su intolerable incredulidad? ¿Qué importa que nos comportemos como sodomitas y gomorritas si vendrá el buen Dios a destruir nuestras ciudades como si de Hiroshima se tratasen? ¿No estaría bien que el dinero público se sometiera al mandato cristiano al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios impidiendo que un euro del césar vaya a las arcas de Dios ni de sus vicarios?

Con las personas cuya religiosidad es entendida sólo como un sistema de creencias y hábitos que ellos han de seguir es muy fácil convivir. El problema son quienes utilizan un supuesto sistema de creencias como una forma de control social: sólo así se entendería que quieran que los representantes políticos muestren sumisión a su autoridad religiosa, que quienes no cumplan los mandatos divinos vayan a terrenales talegos o que los dineritos del césar vayan al Banco Ambrosiano. Ante quien intenta someter a otro, y más si es al conjunto de la sociedad, sólo cabe oposición y rebeldía. Por eso yo tampoco te espero, Benedicto. Ni ahora en Barcelona, ni en Compostela ni el año que viene en Madrid.

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