¿Hay alguien dispuesto a apostar un solo euro contra diez a que la primera persona que será juzgada por los documentos publicados por Wikileaks será alguno de los culpables de la invasión de Irak y no Julian Assange, fundador de Wikileaks? Sospecho que no: al fin y al cabo ante la primera hornada de papeles, aquellos sobre la misión de paz en Afganistán, aparecieron por arte de magia dos acusaciones por acoso contra el des-cubridor.

Si no han pasado ya al plan B (¿alguien que no haya aceptado la anterior, aceptaría apostar que los frenos del coche de Assange no van a fallar en el momento más oportuno?), damos por hecho que ahora encontrarán pruebas de que violó niños, vendía drogas en orfanatos o empujaba ancianas a las autopistas. Lo malo de desvelar crímenes del poder es que enseguida aparecen crímenes propios de los que uno ni se acordaba.

Si alguien hubiera escrito un relato sobre el grado de implicación en crímenes de nuestros aliados (de nuestros propios gobiernos) se le habría acusado de conspiranoico antiamericano que ladra su rencor por las esquinas. Wikileaks ha cometido el terrible pecado de publicar el autorretrato del ejército estadounidense. Los papeles que están viendo la luz no son informes neutrales ni mucho menos hostiles. Son la contabilidad de muertes y torturas que a los militares estadounidenses no les importaba llevar. Eso es lo que ellos mismos reconocen sin presión alguna aunque también sin previsión de publicidad. Es decir, lo que estamos viendo es el retrato menos criminal que pueda hacerse de los cruzados de las Azores.

Ayer publicaba un interesantísimo reportaje El País sobre Julian Assange. Concertaron una entrevista en un callejón secreto de Londres, Assange narraba las amenazas que vive, la necesidad de ir escapando del poder e incluso la posibilidad de fugarse a América Latina para esconderse allí. Lo mismo que cualquier perseguido en una dictadura con el agravante de que ésta dictadura es global.

Cualquier gobierno que se reclame democrático debería ofrecer asilo político y máxima protección a Assange. Pero miran para otro lado en el mejor de los casos: ¿por qué no existe en todos los países una legislación como la sueca que permita que florezcan decenas de Wikileaks? La pregunta es imbécil: lo más probable es que EEUU ordene a Suecia cambiar su legislación como Israel mandó a España que dejase de perseguir crímenes contra la humanidad.

Los medios de comunicación que se consideren tales deberían apoyar a Wikileaks. Y lejos de eso alimentan la persecución personal mientras la impresentable organización gubernamental Reporteros sin Fronteras critica a Wikileaks por poner en peligro a los colaboracionistas afganos (desde la crítica de RSF no ha habido un sólo muerto por la publicidad lograda por Wikileaks, pero RSF no ha pedido perdón por su desvergüenza ni ha iniciado su disolución).

Los medios de comunicación se ponen al servicio del poder como en cualquier dictadura; ni un sólo país ha iniciado investigaciones judiciales por los crímenes que los papeles estadounidenses reconocen, pero el disidente tiene que esconderse, teme que le juzguen por cualquier invento si no le matan antes. Es la democracia, amigos. Sigan circulando, que en esos papeles no hay nada que ver.

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