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Cuando Guti empezó a jugar en el Bernabéu el estadio intentó cargarse a un jugador de un talento portentoso. Cada vez que la tocaba, a silbar. No habría sido el primer jugador al que se cargara el Estadio, hambriento de músculo y raza, de un equipo militarizado en el que no cupiera la improvisación, la genialidad.

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Dicen de Guti que tiene un carácter muy jodido: “Es muy bueno, pero si tuviera otro carácter…“, siguen diciendo sus detractores, como si uno no fuera al Estadio a ver pases, regates y goles sino niños bien educados que saben cuál es el tenedor para el pescado. Si Guti hubiera tenido otro carácter no habría vuelto a pedir el balón para intentar un pase indescifrable para el defensa rival una y otra vez sabiendo que si el pase no acababa en gol recibiría una pintada terrible. El carácter que le hizo renunciar a aumentos salariales que le ofrecía el Madrid, que nunca intentó sacar más dinero aprovechando las ofertas reales o inventadas que tuviera de otros países donde se apreciaba su talento: no ha hecho del fútbol un negocio sino una ocasión para disfrutar, mandando al guano lo que no le llevara al disfrute. Su genio fue castigado con la cobardía de entrenadores y seleccionadores: en tres finales de Copa de Europa Guti no ha jugado ni un minuto; no ha sido convocado a una sola Eurocopa ni a un Mundial. Al final el público le aplaudía; demasiado tarde, ya sabían que no se lo podían cargar.

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El fútbol no vale la pena para enfadarse con otra afición, ni para pensar que es lo más importante. El fútbol vale la pena porque muy de vez en cuando aparece alguien capaz de convertirlo en algo cercano al arte.

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