Si no recuerdo mal la primera novela de Saramago que leí fue El Evangelio Según Jesucristo. No sé si por ser la primera fue la que más me impresionó pese a que todos los libros que he leído de Saramago me han entusiasmado. Quizás con la excepción de Ensayo sobre la lucidez. No soy un gran lector de novelas, por lo que no ejerceré de crítico literario: sólo puedo contar que disfruté muchísimo con Todos los nombres, Ensayo sobre la ceguera, La balsa de piedra y finalmente con Caín… No hay mucha gente que le deje a uno tantos ratos de una intensidad vital como me ha dejado (y dejará, pues queda por leer) José Saramago. Los lectores tenemos una extraña relación de afecto hacia nuestros escritores, a quienes sentimos querer como a amigos pese a que ellos ignoren siquiera nuestra existencia concreta.

Pero José Saramago no era sólo un escritor con el que mucha gente hemos vivido. Ha sido además Ciudadano y guía para aspirantes a ciudadanos. Recuerdo hace años cuando le escuché por primera vez decir que cuanto más viejo era más radical se volvía. Fue en el documental El efecto Iguazú, que explicaba la acampada de los trabajadores de Sintel en el Paseo de la Castellana, de Madrid, uno de los ejemplos de dignidad que siempre llevaremos en la memoria. Saramago aparecía en el documental porque acudió a la acampada a apoyar una causa justa, como siempre hizo.Esa frase me servía entonces para responder a cuantos en mi juventud desacreditaban mis puntos de vista como cosas que se curan con la edad. Les citaba al octogenario Saramago, más radical cuanto más viejo: la edad no es una excusa para no ser joven. Frente a esa retórica del poder rancio y conservador  según el cual quien a los cuarenta años es comunista no tiene cabeza, aparecía el viejo Saramago para mostrar que la desaparición del corazón no tiene por qué estar acompañada de la emergencia de cabeza alguna.

Su compromiso con la humanidad era crítico, libre, radical, como heredado sin intermediarios de los viejos ilustrados entre quienes nació la mejor tradición de la izquierda radical. Por eso a veces su compromiso llegaba a ser inquietantemente doloroso. Cómo cuando se preguntaba dónde estaba la izquierda cuando la Historia le daba la razón: la izquierda, cobardemente, sigue no pensando, no actuando, no arriesgando ni una pizca, se lamentaba y dolía. Cuando llamaba a la izquierda a no anclarse, a ser atrevida mostraba lo avejentados que estábamos al lado de ese joven de 85 años entonces.

El escritor nos deja libros y artículos que leer. El ciudadano nos deja huérfanos. Nos vamos quedando sin relevos para esos ciudadanos que nos van dejando, donostiarras que se van a Jamaica, polacos que huyen de la corte del rey Juan Carlos, íberos que echan su balsa de piedra a navegar para siempre. El mundo, la humanidad, los débiles necesitan saramagos. Se nos va Saramago y tenemos que ser responsables: asumir que, aun cuando no está en nuestras manos resolverlo, hay que comportarnos como si así lo fuera.

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