Cada vez tenemos menos capacidad de incidencia en decisiones reales. No se articula ningún tipo de democracia directa e incluso la democracia representativa liberal queda más desnuda que nunca con la obscena sumisión de los gobiernos a organismos internacionales y a las multinacionales de la especulación y las finanzas. Pero tenemos la participación 2.0, que mola, que hace que nos tengan en cuenta, porque se escucha a la ciudadanía super bien. Podemos votar cualquier estupidez tengamos o no idea de lo que votamos (¿cuántas encuestas digitales preguntarán hoy si crees que jugará Iniesta o Mata?), podemos contestar si estamos a favor de la reforma laboral, aunque no exista ninguna capacidad de la ciudadanía para frenarla más allá de la movilización 1.0. El presidente más 2.0 de una comunidad autónoma lo es gracias a que se prohibió a 150.000 votar su opción electoral preferida.

La cacareada participación 2.0 no ha pasado hasta ahora de ser puro marketing y es contemporáneo a la reducción real de las parcelas de libertades y de la limitación a lo más superficial de la capacidad ciudadana de tomar decisiones colectivas directamente. Da igual si estás en contra de la reforma laboral en la encuesta del Diez Minutos o si votas a un presunto presidente de izquierdas en las urnas: se hará la política de derechas que toca.

Al menos, de vez en cuando, esta farsa participativa tiene su utilidad: sirve para conocer los límites de lo tolerable. Nunca hacen encuestas sobre si está bien la pederastia, el asesinato de ancianos o incendiar museos, porque una de las respuestas no es tolerable. Pero a veces no se dan cuenta y permiten que esa gente tan guay cuya participación se fomenta pueda dar respuestas que para ellos son intolerables.

Cuando este blog comenzaba a andar, la revista Time decidió que fueran sus lectores quienes decidieran cuál era el personaje del año para la revista. ¡Fomentamos la participación de los lectores! Las votaciones arrojaron una sorpresa. El ganador destacadísimo era Hugo Chávez, lo cual era intolerable incluso para una chorrada como el personaje del año. Así que la revista Time decidió ser aún más 2.0 y anuló la votación: aquel año la revista apareció con un espejito en la portada en el que se decía que el personaje del año eras You, tío, que Time sabe lo importante que eres, que hasta eres capaz de intentar joderle una votación 2.0 al Time.

Esta semana ha ocurrido lo mismo en España. El Instituto Cervantes decidió que se pudiera votar en la red cuál era la palabra del castellano que más nos gustaba, sobre la que se harían muchas actividades y en Internet se difundió la idea. Alguna gente hizo campaña para que se votara la palabra Limón (parece ser que como homenaje a un periodista deportivo que ha cambiado de medio) mientras otra hizo proselitismo a favor de República: ya que no nos dejan votar la forma de Estado, al menos votemos la palabra . Llegado el final de la votación era República la palabra ganadora con algo más de 8.000 votos razonablemente adjudicables a esa campaña de difusión en Internet. Y ése es uno de los límites intolerables de nuestra Sagrada Transición.

Desde pocas horas después de saberse que lo 2.0 es la palabra República el Instituto Cervantes ocultó la clasificación anunciando un supuesto sabotaje: no se dice cuál y no se ha conseguido investigar en estos tres días pese a que en Internet los sabotajes añaden 1.000.000 votos, por lo que un sabotaje de 8.000 votos respondería a una chapuza fácilmente detectable.

Curiosamente ayer se celebró el aniversario de las elecciones de 1977 a las que se podían presentar todas las fuerzas políticas… que renunciasen a la República. La chorrada 2.0 del Instituto Cervantes sirvió para mostrar que ése sigue siendo un límite cuya mera mención es intolerable en esta democracia encauzada.

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Otros blogs han hablado del tongo 2.0: ceronegativo, Kabila, Grândola, Carmen, Felix, León, Jesús y Fernando. Y la captura de la votación final es de Tercera Información.

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