Últimamente me he tropezado con cierta frecuencia con un tipo de programa de televisión sorprendente. En distintas cadenas recorren casas de lujo, conviven con familias multimillonarias y muestran la obscenidad de un estilo de vida que sabíamos que existía pero que nunca se exhibía con tanto descaro. Aparecen heroínas como Carmen Lomana que demuestra que esa opulencia no tiene ninguna relación (que no sea la inversamente proporcional) con las neuronas. Programas especializados en el exhibicionismo femenino del lujo en La Sexta. 21 días viendo cómo viven los multimillonarios…

Reconozco que esta moda, precisamente ahora, me desconcierta. Tradicionalmente se nos ha presentado al millonario como alguien que vive un poquito mejor que la clase media, pero que ha llegado ahí desde abajo (todo banquero comenzó siendo botones) y que no para de trabajar y apenas duerme porque lo suyo es fruto de veinte horas de trabajo al día: quien algo quiere, algo le cuesta.

Estos programas no tienen ese discurso. El lujo es lujo y punto. Aparecen mujeres cuya única actividad en la vida es llevar en el Porsche todoterreno a los niños al cole. De ahí al bar a ver a otras mujeres como ellas y al gimnasio o de compras. El marido no aparece, pero tampoco se dice que su vida sea dura. En ningún momento se trata de justificar la existencia de ese nivel de vida asombrosamente diferente al del espectador, sumido en la crisis. Del mismo modo que un documental sobre escarabajos no intenta justificar las diferencias abismales entre los coleópteros y los homínidos, en estos programas vemos a los ricos como algo que existe, una curiosidad exótica.

La televisión siempre se ha situado del lado de la paz social: los únicos conflictos que describe son los anecdóticos, los sucesos terribles que no reflejan un conflicto colectivo. Pero si un rojo impenitente, defensor de la vigencia de la lucha de clases y de sexos, estuviera al mando de la programación de una cadena de televisión uno de los programas que emitiría sería estos que se han puesto de moda en plena crisis económica. Nada excita más el resentimiento social que ver los excesos con los que vive una clase parasitaria mientras se congelan las pensiones y se bajan los sueldos de los funcionarios para que siga subiendo el paro. En estos programas no hay denuncia social, desde luego, pero sí hay exposición de algo que solía estar oculto y cuya mera contemplación es ya una denuncia.

Sólo se me ocurre una explicación: tenemos un infiltrado en las cadenas de televisión. Guardad el secreto.

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