Esta semana se produjo uno de esos pasos científicos que pasarán a la historia. Un laboratorio consiguió crear una célula a partir del diseño literario: se ha escrito un ADN propio de una bacteria y se ha generado a partir de materia inorgánica una célula de bacteria con ese ADN. Se había hecho algo parecido creando un virus, pero los virus necesitan que exista otra vida para sobrevivir, puesto que necesitan la ayuda de una célula ajena (los virus no son celulares) para reproducirse.

Estamos ante la primera experiencia de diseño inteligente de la Historia: la diferencia entre la aparición de la vida en La Tierra y este proceso es que la primera se debió al azar y la adaptación al medio (selección natural) y por tanto a millones de años de espera; esta bacteria se debe a la inteligencia y a un diseño teleológico y se ha producido tras unos cuantos lustros de investigación (hace un siglo no conocíamos ni la escritura -el ADN- y ahora ya estamos escribiendo haikus -una bacteria-).

Es sorprendente que la Iglesia Católica no haya dicho nada. Su tradicional tecnofobia tiene en este caso una razón concreta para el espanto: se trata de la primera vez que crea vida un ser no divino. Yahvé nos creó a su imagen y semejanza pero nos prohibió demostrarlo: cuando el ser humano construyó una torre en Babilonia que se acercaba al cielo el buen Dios les introdujo confusión y enfrentamiento como castigo. Es temible que una amenaza similar se cierna sobre los componentes del laboratorio de Craig Venter y cada uno de sus miembros comience ahora a hablar una lengua extraña sin darse cuenta. Nunca he entendido por qué la Iglesia se opone a la investigación con células madre embrionarias (y aunque lo entendiera, me parecería sencillamente criminal), pero me sorprende que su tradición integrista no haya armado ya un cristo al horno ante la fabricación humana de células vivas.

Quien sí ha mostrado su preocupación es Obama, que ha anunciado un estudio ético para determinar si está bien o mal eso de crear vida. El mero planteamiento de tal estudio ya introduce la sospecha: nadie ha pedido un estudio ético sobre el Bluetooth o los frenos ABS. Uno, que se licenció en Filosofía, no tiene idea de en qué consiste un estudio ético sobre si está bien o mal un avance tecnológico. ¿Es ética la creación de la escobilla del water? ¿Y la del blog? ¿Es ética la existencia de la TDT? Supongo que eso se estudiaba en el doctorado.

Por poner un ejemplo extremo: la creación de la bomba atómica es un avance tecnológico y moralmente no es negativo. Lo que pasa es que su uso no puede ser otro que el asesinato en masa: nadie ha conseguido imaginar un uso provechoso para la humanidad de la bomba atómica, así que su invención es moralmente neutra, pero como sus usos posibles no tienen ninguna consecuencia positiva y sí muchas negativas y además la investigación y puesta en marcha es carísima no hay quien pueda defender que es positivo para la humanidad la creación de la bomba atómica. Otros inventos tienen unos usos provechosos y otros perjudiciales: el coche, por ejemplo, puede ser muy útil (si en mi pueblo no hay escuela, puedo llevar a mi hija a otro pueblo sin que camine durante cuatro horas al día para escolarizarse) y también puede servir para atropellar ancianos o contaminar. Habrá que intentar aprovecharse de sus usos positivos y limitar los negativos, pero examinar desde un punto de vista ético la bondad o la maldad del invento del coche es una chorrada.

En ese espacio parece moverse la posibilidad de construir células. Si las construimos para solucionar problemas de salud, será maravilloso; si las construimos para fabricar armas bacteriológicas, será un desastre. Y posiblemente haya muchos espacios intermedios de utilidades cotidianas que se nos irán ocurriendo.

Como el planeta Tierra no fue fruto de un diseño inteligente, en él hay cosas positivas y negativas: el hecho de que yo exista es algo bastante positivo para mí; la existencia de terremotos, del mal de Alzheimer y de George Bush es algo que cualquier diseñador inteligente habría evitado. Con la fabricación de células sí tenemos diseñadores inteligentes: se puede orientar hacia dónde nos dirigimos, dar los pasos evitando al máximo riesgos indeseables… No estamos ante la evolución, no hay azar, sino diseño teleológico, esta vez sí.

El problema no está en ningún caso en la creación de seres vivos sino en qué seres creemos y para qué. Y de nuevo aparece, como en todo, la necesidad de una ética pública a la que se sometan los pasos que demos y que afecten al colectivo. Que el diseñador sea inteligente no quiere decir que piense en el provecho de la humanidad: sobran los ejemplos de inteligentísimos criminales. Si los avances se someten a intereses privados (como sucede en la industria farmacéutica, que condena a la malaria a la parte más pobre de la humanidad) o incluso en intereses nacionales (como sucede en la industria armamentística) no podemos dar por hecho el beneficio colectivo para la humanidad.

Estamos ante otro gran paso para la humanidad: el único estudio ético que hay que hacer es el que nos lleve a conseguir que sea la humanidad entera la que dé ese paso para su bien.

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