El 28 de abril de 2009 terminé de prepararme al desayuno y me dirigí, como todos los días desde hacía unos pocos años al ordenador. El desayuno se hacía leyendo el apunte de Javier Ortiz. El 28 de abril de 2009 el apunte publicado en el blog de Javier Ortiz era antiguo, Javier ya lo había publicado unos años antes dejando un recado: el día que me muera, intentad que sea éste el obituario que publique la prensa. Como dicen los clásicos, los apuntes en los blogs se repiten dos veces: la primera como maravillosa humorada y la segunda como puñetazo en el estómago. Aquella repetición se debía a la muerte de Javier Ortiz cuyos corazón y respiración se habían detenido, y así no hay quien pueda.

Javier Ortiz era capaz de tener pasión política y opinión distante (la lógica incómoda), lo que hacía de él un estupendo bastón sobre el que apoyarse al caminar. ¡Cuántas veces me he planteado qué pensaría Javier Ortiz sobre esto o aquello! Sin duda sobre todo lo que está ocurriendo con el procesamiento a Garzón, sobre la revuelta en torno a la Transición (acabo de escuchar en la TVE exterior a De La Vega diciendo que la Transición no trajo impunidad y sí convirtió a España en una potencia en Derechos Sociales: con defensores así la Transición no necesita enemigos). Creo que sé que sería tremendamente escéptico sobre los pasos de la izquierda abertzale hacia la paz y sobre sus posibilidades a largo plazo sin que los gobiernos vasco y madrileño muevan un músculo, aunque probablemente nos diera alguna información para entender lo que se mueve. Sobre el gobierno de Patxi López intuyo qué pensaría, porque Javier tenía pensamiento propio pero no era un pensamiento estrafalario, sino racional: la razón sabe que de la nada, no sale nada, así que sobre el gobierno de Patxi López pensaría nada.

Durante este año la página de Javier se ha ido actualizando todos los días, con apuntes que muchas veces permitían analizar perfectamente la actualidad, seguramente porque él quita o añade alguna coma o algún adjetivo desde Jamaica. Es lo que tienen los tipos coherentes: que no necesitan del detalle concreto del día para decir una cosa o su contraria; anecdotas livianas como la propia muerte no son suficientes para que el pensamiento propio se moldee. Dentro de un par de días se celebra un homenaje en Donostia al que iría si no estuviera en Berlín (¿alguien puede sustituirme?)

Javier Ortiz era la lucidez. Tuvo una capacidad insólita de utilizar breves textos para la reflexión. Estamos acostumbrados a pedantes que esconden sus reflexiones tras palabrería vacía y enormes parrafadas prescindibles y a simples a quienes el espacio de una columna les sobra para exponer su pensamiento completo. Javier Ortiz tenía esa capacidad de armar un pensamiento propio en píldoras diarias, una cada día, a la hora del desayuno. Un año después, seguimos necesitando a Javier Ortiz. Menos mal que le veremos en Jamaica.

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