Ayer filtró oportun(ist)amente el gobierno algunos apartados de la futura Ley de Libertad Religiosa. A partir del conflicto del velo pozuelero supimos que en tal ley se propondrá o se recomendará que desaparezcan los símbolos religiosos de los espacios públicos, colegios incluidos.

No se prohiben, dicen, porque la educación es competencia de las Comunidades Autónomas: según ese mismo razonamiento no se debería regular desde el Estado la no discriminación por sexo o razas en los colegios, pues la educación no es competencia suya; la gilipollez argumental fue desmentida por el propio Gobierno, pues ayer mismo anunció Gabilondo que la semana que viene propondrá su texto definitivo de pacto por la educación (es decir: sobre educación el Gobierno tiene mucho que decir, afortunadamente para el ministro y su bello cargo).

El otro brillante argumento para que la ley recomiende en vez de disponer es, según lo filtrado, que se podría chocar con la libertad individual. Tal argumento es tan bobo como si cuando un profesor le dijera a un alumno que no leyera el periódico mientras le explican trigonometría, éste respondiera que eso choca con su derecho a la información. Además, la sola idea de que el laicismo en el colegio choca con la libertad individual debería bastar para tirar abajo la ley hasta que se enteren de qué es esto del laicismo. Precisamente la generación de espacios públicos en los que lo religioso no tenga lugar busca la consecución de ámbitos de libertad ciudadana donde no haya sometimiento a dioses, reyes ni tribunos, sino hombres y mujeres iguales y libres para dirigirse sin intromisiones extrañas. Mucho más es así en los ámbitos educativos, cuyo objeto es la formación de ciudadanos emancipados, no súbditos ni fieles.

Más allá de la pobreza argumental del globo sonda nos encontramos con la posibilidad de una nueva “ley zapatero“, una ley cuyo objetivo de máximos es mostrar que al gobierno le molaría ser muy majete. Pasó con la ley de Memoria Histórica lo mismo: el gobierno indicó que habría que quitar la simbología franquista de las calles españolas, pero como no introdujo ni un solo mecanismo ejecutivo seguimos teniendo el Ministerio de Defensa haciendo esquina con la calle General Yagüe. Son leyes literarias, como un autorretrato: es gobernar para dar a conocer sus ideas, no para llevarlas a la práctica. Seguro que uno de los artículos declarará deseable la autofinanciación de la Iglesia Católico mientras Zapatero vuelve a subir la cantidad de dinero público regalada a Rouco en la declaración de la renta. Al tiempo.

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