Suelo decir, medio en serio, que Regreso al futuro II es una de las películas con mayor contenido filosófico que se han hecho en Hollywood. En concreto por una escena: Marty McFly (Michael J. Fox) tiene que regresar a 1955, año en el que había estado él mismo unas horas antes. Allí vemos a Michael J. Fox duplicado y sabemos que son la misma persona en distintos momentos de su vida. Es algo completamente contraintuitivo, dado que los vemos en distintos espacios pero en el mismo momento. Normalmente el espectador habría supuesto que son hermanos gemelos, clones, o algo así (como en Two Much entendemos perfectamente que la duplicidad de Antonio Banderas y Melanie Griffith nos dice que hay dos parejas de gemelos). ¿Por qué sabemos que las dos personas que aparecen en pantalla son en realidad la misma? Porque una tiene la memoria de la otra: el Marty McFly recién llegado a 1955 tiene la memoria del otro McFly más la memoria de las horas transcurridas. La memoria de Marty McFly es su identidad.

Ése es el debate de la memoria: es el debate de quiénes queremos ser, cuál queremos que sea nuestra identidad. Alemania tiene clarísimo que su identidad no puede ser la del régimen nazi. Por eso en los actos  del 70 aniversario del inicio de la II Guerra Mundial Angela Merkel situó el inicio de la II Guerra Mundial en la invasión alemana de Polonia, condenó el Holocausto, señaló que la Alemania nazi llevó a toda Europa “años de injusticia, humillación y destrucción” y que “las cicatrices siguen abiertas“. Alemania quiere que cuando se vea la Alemania actual y la de Hitler en la misma imagen tengamos claro que sus identidades son completamente distinta.

En España no es así. Cuando el Estado se opone a hacer suyos discursos sobre el franquismo como el que hizo Angela Merkel sobre el nazismo está mostrando que su identidad se ancla en la memoria de nuestros genocidas. Un partido político tiene derecho a ser tan despreciable como para vincular su identidad con ese pasado. Pero un país que se llame democrático no.

La identidad de esta España de Transición se ha basado en ocultar la memoria democrática y blanquear el pasado genocida. Esta España ha querido ser la España post-franquista, mantener los privilegios políticos, religiosos y económicos heredados de la dictadura, la economía de rentistas, la del ladrillo, la del litoral está enladrillado y nadie lo desenladrillará, la del indisoluble vínculo entre algunos políticos corruptos y un poder económico fraguado en la dictadura; se ha impedido que en las escuelas se conozcan los intentos democratizadores del pueblo español, que se conozcan los golpes de Estado sufridos… Fue una decisión: entre esas dos Españas se decidió que una era la oficial, que se podía lavar su cara pero nunca remover su pasado porque nuestro pasado somos nosotros.. Y quiénes seamos nosotros está en la base de qué haremos nosotros, a quiénes defenderemos y de quiénes.

En cierto sentido es verdad que sólo se puede exigir una memoria democrática desde la anti-España. Contra esa España que no quieren tocar.

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