A mediados de los noventa dos científicos publicaron el ensayo que probablemente más haya impactado entre pensadores y académicos de letras de estos últimos años: Transgredir las fronteras: Hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica, de Alan Sokal y Jean Bricmont. El artículo fue publicado en la revista Social Text y anduvo pululando por la academia y recibiendo elogios hasta que sus autores publicaron unos meses después que todo era una farsa. Ellos mismos no habían entendido lo que publicaron: simplemente habían imitado la terminología, la forma de redactar, habían introducido de forma descaradamente inútil conceptos científicos… para rellenar páginas que llegaban a la conclusión de que las ciencias sociales tenían mucho que aportar a las ciencias duras a través de una argumentación impostada (lo cual no quiere decir que la conclusión sea o no falsa, sólo que el hilo argumental es una birria: como si decimos que dado que Einstein describió la teoría de la relatividad mañana es jueves santo).

A partir del impacto causado, Sokal y Bricmont publicaron un libro titulado Imposturas Intelectuales que es un ¡zas! en toda la boca de una serie de pensadores que habrían manipulado y abusado de conceptos científicos quizás para lucimiento intelectual, posiblemente para engañar sobre la solidez de los cimientos intelectuales de sus posiciones,…  (por cierto, hace pocos meses ha aparecido Más allá de las imposturas intelectuales, con Alan Sokal actuando en solitario y desentrañando muchas de las cuestiones

Más allá de los ejemplos más histriónicos (como el de quien denuncia el carácter machista de la teoría relatividad por basarse en la velocidad máxima, concepto machista como demuestra la eyaculación precoz), los autores se preguntaban para qué usan éstos pensadores las complejas argumentaciones científicas. ¿Como metáforas? Las metáforas, dicen, se usan para entender mejor una idea más complicada y abstracta. Sin embargo, al común de los lectores de Deleuze o Lacan, la física cuántica no les simplifica la comprensión de las ideas. ¿Como recurso poético? Tampoco, dicen Sokal y Bricmont, pues pocas cosas hay más arduas que los complejos y contraintuitivos conceptos de la relatividad y la cuántica (los más comúnmente empleados por estos pensadores) no son precisamente bellos, sino más bien jodidos. Un recurso poético tiende a hacer el texto atractivo no a hacerlo ilegible.

Me he acordado de esto último al leer el post de hace unos días de Víctor Casco sobre el concepto de belleza que recoge Piergiorgio Odifreddi (otro científico) en su Elogio de la impertinencia, que repara en una cuestión principal del libro: la vinculación crecientemente estrecha entre las más sutiles percepciones estéticas y los conocimientos más rigurosamente científicos. En el contacto con las verdades puras se produce una suerte de éxtasis. El libro facilita esa percepción al desdeñar conocimientos como el religioso y el polítiquero e ir vinculando cada vez más al arte con otros conocimientos según se adentra por la lógica, las matemáticas, la física…

¿Y? Dejando a un lado las manipulaciones y las utilizaciones de conceptos de los que tal o cual pensador no tenga ni idea, esta idea de Odifreddi sí explica la posibilidad de introducir como recurso poético conceptos que nos ofrece la ciencia. El concepto de tiempo que aparece tras la cuántica, el universo que explica la teoría de la relatividad, qué es eso que (no) hay al otro lado de los confines del universo o que (no) había antes del Big Bang, el tipo de determinismo que muestra la Teoría del Caos, o incluso, bajando a lo meramente visual, el arte que produce la geometría fractal (hace unos años hubo en Madrid una exposición sobre arte fractal)… permiten cierta emoción (parecida a la que aporta un poema) a quienes hemos adquirido conocimientos científicos sólo tangenciales y conseguimos entender algunas ideas en las que la Ciencia ilustra lo que hace años era Metafísica (si Parménides hubiera pensado en el Big Bang su poema sobre el ser hubiera tenido un sentido distinto, pues cuando se estudia el Big Bang, se estudia el nacimiento de lo que siempre se llamó el ser).

Permitidme esta digresión: el lunes volveré a hablar de Corbacho, Matas y Álvarez Cascos. En el fondo, algo que ver tiene: hace unos años pensé que el federalismo se podía explicar a partir de la geometría fractal. Pensé en Sokal y Bricmont y me di un golpe en la cabeza: ‘¿Tú estás tonto?‘ (Imposturas Intelectuales se ha convertido en una suerte de Biblia: al hereje no se lo quema, pero es objeto de las más crueles mofas). Quizás, tras leer a Odifreddi, la idea no sea tan descabellada: puede ser bonito.

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