La propuesta del “green new deal” es hoy la única alternativa planteada para garantizar que el modelo económico poscrisis se oriente hacia un modelo sostenible. El fundamento de este “green new deal” es sencillo: utilizar el gasto público para impulsar la economía favoreciendo la inversión en nuevos sectores que protejan el medio ambiente, lucha contra el cambio climático y creación de nuevos trabajos verdes.

Repensar la izquierda, Jordi Guillot

Ayer escribía Jordi Guillot un artículo en Público en el que desgranaba una propuesta de Iniciativa per Catalunya-Verds: la constitución de un espacio de reflexión común de partidos, organizaciones y personas que se sientan parte de lo que llama izquierda difusa cuyo centro serían, si no lo he entendido mal, la sostenibilidad ecológica, el federalismo y una sostenibilidad social que no se explica qué es ni cobra demasiado protagonismo en el artículo. Quizás esto último se explique porque el artículo contesta a lo que llama la izquierda clásica, a la que considera reacia a asumir el ecologismo como seña de identidad: posiblemente dé por hecho el contenido social y la extraña expresión sostenibilidad social sea un juego de palabras para expresar el vínculo entre el ecologismo (sostenibilidad) y la justicia social.

Un socialdemócrata hoy estaría muy cercano a un radical de izquierdas: desde luego, estarían en la misma trinchera. Un partidario del new deal no necesariamente: el new deal sólo propone reactivar la economía (y acaso condicionarla) a través del gasto público. Ha habido quien explicó la administración Bush como un keynesianismo perverso, pues usaba las guerras para reactivar un sector de la economía (el armamentístico) a través de enormes cantidades de gasto público. Evidentemente Jordi Guillot no nos propone ese modelo de new deal: expresamente sólo dice que ese gasto público  sólo tendría por objeto favorecer una economía verde, pero hemos de suponer una cierta preocupación por lo social, pese a que su definición del sencillo fundamento de ese green new deal no incluya ni una mención a la justicia social más allá de esa enigmática sostenibilidad social.

Con todo, eso es lo de menos, pues su propuesta no parece contradictoria con la introducción de una sensibilidad social que no aparece en el artículo, quizás por falta de espacio. Ése new deal podría ser socialdemócrata.

Decía más arriba que una persona socialdemócrata y una radical de izquierdas se encontrarían en la misma trinchera hoy. ¿Qué les separaría? Hoy, sobre todo, la sostenibilidad medioambiental. Si pensamos en una propuesta política tenemos que hacerlo suponiendo que se hará para todo el planeta: si ésta se basa en que una parte del planeta la disfrute a costa de que otra no pueda alcanzarla, la propuesta es tan insolidaria e injusta como cualquier proyecto de la derecha. La socialdemocracia que ha habido era absolutamente insostenible medioambientalmente.

El mejor baremo de sostenibilidad es la huella ecológica: la cantidad de hectáreas que necesita cada habitante para generar los recursos y asimilar los residuos necesarios para su tipo de vida. Se calcula que un tipo de vida sería generalizable a toda la humanidad si su huella ecológica fuera de 1.8 o 1.9 hectáreas (cada habitante necesitaría 1.8 ha. dedicadas a hacer viable su modo de vida). Si es necesario más territorio por cada habitante, la propuesta no es generalizable a todo el planeta y por tanto su aplicación en una parte del mismo se basaría en que otra parte del planeta disfrute de menos territorio, es decir, tenga menos recursos y/o esté obligada a generar menos residuos. Es decir, se basaría en que una parte de la humanidad viviera en la pobreza.

Pues bien, si tomamos como referente el ejemplo de socialdemocracia más alcanzado que ha habido, el escandinavo, veremos que no es en absoluto generalizable para la humanidad. A finales de los años 90, Suecia tenía una huella ecológica de 6.7 hectáreas: para que todo el planeta viviera en una socialdemocracia análoga sería necesario que viviéramos en un territorio equivalente a tres planetas y medio como el que tenemos. El condicionante ecológico que introduce Guillot probablemente reduciría la huella ecológica, dado que el gasto público no estaría orientado a infraestructuras, sino a “sectores que protejan el medioambiente“. Sin embargo, una de las diferencias entre el socialismo y la socialdemocracia es que el primero somete la economía desde la política, mientras que la segunda se limita a condicionarla, dada su aceptación del mercado como motor de la economía aunque sea bajo cierto control público. Posiblemente se redujera algo la huella ecológica si la orientación de una socialdemocracia verde introdujera un criterio medioambiental. Con todo, no ha habido todavía ninguna formulación que exponga cómo se puede garantizar que la huella ecológica no supere el límite  de lo sostenible sin un control democrático de la economía, no un mero condicionamiento ei mpulso del crecimiento económico como el que plantea Guillot. Sí existen formulaciones ecosocialistas (no es una mera cuestión de nombre según lo escrito por Guillot) que vinculan la democratización de la economía (el socialismo) con la sostenibilidad medioambiental del planeta en un proyecto generalizable para la humanidad, es decir, solidario.

El problema del new deal es que salvo que se produzca una nueva formulación de la que carecemos no puede ser green: green new deal es una contradicción in terminis. Curiosamente, contra los prejuicios de Jordi Guillot, el problema que tenemos algunos con su formulación no esnuestra resistencia a incorporar el ecologismo como protagonista del programa político, sino precisamente que lo hacemos protagonista y nos lo tomamos en serio.

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