Si Rouco fuera un imbécil, hoy deberíamos simplemente mofarnos de su declaración de ayer: para superar la crisis apeló a una conversión ético-moral y espiritual y a una conversión de las conciencias. Ni reforma laboral, ni recuperación de lo público, ni huelga general, ni gaitas: Rouco apela a la conversión sotanera. Y nos podríamos tirar al suelo a reírnos si no estuviéramos ante un directivo de la organización que mejor ha sabido adaptarse y dominar sociedades con un discurso filosófico-moral, otro o el de la moto en los últimos casi veinte siglos.

Rouco apela a un cambio ético-moral como resultado de la crisis. No creo que le falte razón. La crisis económica que estamos viviendo probablemente tenga mucho más calado que lo que nuestra reacción haga pensar. Sólo hay que ver cómo la Unión Europea ha enseñado los dientes con obscenidad propia de otros organismos imponiendo a un gobierno griego recién elegido una política económica antagónica a la que hizo que su ciudadanía lo eligiera. Hemos visto al gobierno español rendirse ante la mafia de Davos y claudicar en una sola semana e ir a rendir cuentas… a la sede del Financial Times. Nunca en occidente se había producido una renuncia a la democracia formal tan brusca.

Lo que dijo Rouco no tiene ningún contenido, pero sí muestra que Rouco ha percibido la radicalidad de la crisis ante la que estamos. Eso que la gente culta llama crisis de civilización. De eso mismo escribía Alberto Garzón hace unos días al explicar la urgencia de la movilización de la izquierda hasta llegar a la huelga general: de esta crisis saldrá una sociedad diferente, con organización política, económica, moral y social distinta a la actual. Pasó en la crisis del 29, en la de los 70. Y se lleva el gato al agua quien más lo pelee. Rouco ya ha enseñado los dientes. Y nosotros estamos con que si son churras y merinas, y con que si hay que bajar el precio de las ovejas, pues se baja.

Puede que perdamos la batalla. Pero que no sea por incomparecencia. Ni pactando la derrota.