Hace algunos meses una doctora catalana llamada Teresa Forcades difundió por internet un vídeo en el que denunciaba la sicosis montada en torno a la gripe A como un tinglado peligroso y carísimo cuyos únicos beneficiarios serían las industrias farmacéuticas. El vídeo duraba casi una hora y parecía sólido, dado que explicitaba cuándo daba opinión y cuándo datos y lo que presentaba como datos eran falsables. Alguna de las argumentaciones me parecía débil (nunca he visto un discurso de una hora con el que esté plenamente de acuerdo), pero si no contribuí a su difusión fue porque no tengo ni idea de medicina y no me quería arriesgar a difundir si era bueno o malo vacunarse de la gripe A: preferí asumir que soy un ignorante.

Ser escéptico, ser laico, significa poner en duda aquello de lo que no se tiene constancia: dudar mucho y tomar postura en función de la sustancia, no de anécdotas tangenciales. En este caso había una anécdota: la doctora era, además, monja. Pero, aunque nadie me gane como anticlerical, ni una sola de las frases en las que basaba su discurso eran religiosas: se basaba en criterios científicos, políticos y económicos. Si un obispo dice que llueve, no hay que darle la razón ni quitársela porque sea obispo: mira uno por la ventana y le da la razón al obispo o no (¡los obispos podrían llegar a decir una verdad en casos extremos!)

Pronto hubo quien se tiró a su cuello: El País publicó un artículo a doble página contra ella titulado Desmontando a la monja bulo. En él se explicaba que el discurso que a los necios nos parecía bien argumentado era en realidad una teoría de la conspiración de libro:

Todos los narradores conocen la combinación perfecta para una buena historia: una víctima, un villano y un héroe. Y lo que vale para la ficción sirve también para una buena teoría conspirativa. Por poner un ejemplo nada al azar: la situación de la nueva gripe y la próxima vacuna. El reparto es fácil: la víctima es la humanidad, la verdad científica, los pobres del mundo; los villanos, la industria farmacéutica, la Organización Mundial de la Salud; y el héroe -escojamos uno; en este caso, una heroína-, una monja benedictina de las montañas de Montserrat, Teresa Forcades, con su famoso vídeo Campanas por la gripe A.

Teresa Forcades era la Luis del Pino de la gripe A. Y las farmacéuticas, esas sociedades filantrópicas que sólo piensan en nuestra salud, eran a la gripe A lo que Rafael Vera al 11-M. Había datos que mostraban que Teresa Forcades mentía tanto como Luis del Pino:

Vayamos ahora a por otro más gordo: la Organización Mundial de la Salud. Según explica Forcades citando a la cadena CNN, la OMS cambió en mayo su definición de pandemia en una parte de su web para que se ajustara a la situación de la nueva gripe. No se trata de un cambio menor: quitar de las condiciones necesarias la necesidad de que se hable de una enfermedad grave. Un punto que José María Martín Moreno, que además es asesor de la OMS, niega. «La definición de fase pandémica estaba ya establecida desde hace años. Lo que se hizo no fue cambiarla sino dejar explícito que el término pandemia no significaba nada más (ni nada menos) que una enfermedad que se ha propagado con incidencia superior a la habitual en muchas regiones del mundo», asegura.

Vaya con la doctora. Qué mentirosilla.

Ocurre que el jueves pasado vimos a Iñaki Gabilondo reiterar alguno de los argumentos de Forcades… pero esta vez veraces, pues ya no venían de la boca de una desconocida catalana con más pinta de hacer dulces artesanales que de leer el Nature.

Muchos lo venían diciendo en voz baja. Pero hoy alguien lo ha denunciado alto y claro. El presidente de la Comisión de Salud del Consejo de Europa, el alemán Wolfgang Wodarg, ha acusado al lobby de los laboratorios farmacéuticos de organizar la psicosis de la gripe A

Hombre, el primero en decirlo en voz alta no: es el primero a quien se le concede un criterio de calidad que lo dice en voz alta. Porque por lo que dice Iñaki Gabilondo (pongo el vídeo abajo) los argumentos son idénticos a los de Forcades, incluida aquella modificación de la definición de pandemia (falsa, según El País) y la conjunción de intereses de las farmacéuticas y la OMS (fruto de la estructura clásica de una teoría de la conspiración).

El criterio de calidad es uno de los instrumentos de control del pensamiento contra el que se rebela el laicismo: tanto da que tengamos que creer en alguien porque sea obispo, porque haya escrito un libro y diga que se lo dictó dios o porque haya ostentado un cargo muy relevante: habremos de creer lo que alguien dice si está sólidamente argumentado, si lo que dice es contrastable (y nadie comprueba que es falso) y, en todo caso, si no tiene intereses que condicionen su punto de vista en favor de sus tesis (como, por ejemplo, ese asesor de la OMS citado por El País… defendiendo a la OMS).

Decía Juan de Mairena que la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Eso es la laicidad. Por eso es crucial para que pueda haber democracia. Y por eso el laicismo, o es radical, o no es.


NOTA: Rafa contestó contundentemente a El País en su día. Ángels también reclamó reconocimiento a Teresa Forcades ayer, aunque había visto el vídeo antes en La Horda. Y ceronegativo ¡tuvo la gripe A!