Por lo visto hoy es uno de esos días. En concreto, el 16 de octubre resulta ser el Día Mundial de la Alimentación. El día es una chorrada de tal magnitud que una gente que se autodenomina provida no lo aprovecha para denunciar a quienes mueren por hambre. Con todo, el día tiene una utilidad. En las jornadas previas se han difundido estadísticas sobre el hambre en el mundo que sólo interesan en los medios para rellenar huecos y en ningún caso buscando la causa de la catástrofe.

Al parecer hemos superado los mil millones de seres humanos que pasan hambre. Mil millones más están infraalimentados. Frente a estos dos mil millones, hay mil millones que tienen algún grado de sobrealimentación.

Hace casi diez años se celebró la llamada Cumbre del Milenio, con la que los estados pretendían responder al empuje de los movimientos antiglobalización que denunciaban la cruel deriva de un mundo que condenaba a muerte a millones de personas. En aquella cumbre se elaboraron los «Objetivos de desarrollo del Milenio» que marcaba el punto de llegada de la humanidad en 2015: se reduciría drásticamente la pobreza, se lucharía contra el cambio climático, se alcanzaría la igualdad de género, la educación universal, la erradicación del SIDA,… Todo muy deseable, pero no había un programa político detrás, no había un catálogo de transformaciones políticas y económicas que facilitaran estos logros: se mantenía intacta la globalización neoliberal, pero con las buenas intenciones por parte de los gobernantes del mundo proclamadas en aquella cumbre.

Respecto del hambre, los objetivos del Milenio proclaman que en 2015 habría que reducir el número de personas que pasan hambre a la mitad, «pues hay más de 800 millones de personas cuya alimentación no es suficiente para satisfacer sus necesidades energéticas diarias«. Superados dos tercios del tiempo marcado, en vez de reducirse a la mitad el número de hambrientos, éste ha crecido un 25%.

No basta con proclamar buenas intenciones y sentimientos en una cumbre. Ya no debe de quedar nadie que no se haya dado cuenta de que las cumbres son sólo un lugar en el que hacerse fotos. Aquellas que, como la del Milenio o las que proclaman objetivos medioambientales, se fijan plazos de veinte o treinta años para corregir los efectos del neoliberalismo sin acabar con el neoliberalismo son meros despilfarros que no garantizan siquiera la consecución de un triste Nobel de la Paz.

El hambre no es algo que ocurre mientras sucede la globalización sino su efecto más criminal. Ni los días mundiales ni los objetivos milenarios se centran en la causa del hambre, sino que sirven sólo para conocer números, hacer discursos compasivos y plantear solemnemente metas por las que nadie luchará realmente. El crimen colectivo de nuestro tiempo tiene un nombre: capitalismo. Su erradicación sí que debe ser el principal objetivo del milenio.