Lo más asombroso a día de hoy del ‘caso PP’ es que salgan de rositas Eduardo Zaplana y Esperanza Aguirre: consiguen sacar su imagen pública del lodazal: su imagen, digo. De Eduardo Zaplana es imposible añadir nada que no esté ya en el libro de Alfredo Grimaldos «Zaplana, el brazo incorrupto del PP«, en el que se relata su trayectoria económica, política y vital (en orden de prioridades): desde que tuvo la suerte de que una transfuga le diera la alcaldía de Benidorm (cuando esto era guay) a ser hoy el responsable de Telefónica para Europa, pese a que el chico no sabe ni una palabra que no sea en castellano (ni valenciano habla, pese a haber sido President de la Generalitat). De Esperanza Aguirre sólo cabe recordar que nunca pidió responsabilidades políticas por el espionaje ilegal bajo su gobierno, se niega a responder por Fundescam, por la fortuna de la familia de Ignacio González (¡qué suerte tienen de conseguir todas las concesiones que adjudica Nacho!) y en el ‘caso PP’ el Partido Popular de Madrid es de las dos autonomías cuyo partido más pringado está, con imputados de altísima confianza de Esperanza Aguirre.
Ayer Esperanza Aguirre decidió dar una bofetada a Rajoy y Camps, pero no a los imputados del PP, que seguirán votando con el PP, aunque tengan que cambiar de ubicación el sillón. Esas son, básicamente, las consecuencias de que escenificara la petición del acta de diputados y ellos, ay, no la devolvieran. Qué casualidad: ninguno de los diputados ni de los concejales a quienes Aguirre pidió el cese abandonaron el puesto (¿no hay uno sólo que piense que con las sospechas que hay, mejor se aparta de los focos políticos? ¿ni uno?). Qué sorprendente que, con la dureza con la que suele expresarse Aguirre, ayer no usara la palabra tránsfuga para definir a los diputados y concejales que dejan de pertenecer al partido en cuyas listas fueron elegidos sin entregar el cargo a tal partido.
La época de podredumbre económica del felipismo tuvo una diferencia con la actual del PP: la corrupción que conocimos fue la suma de muchísimos casos distintos (no había una trama común a Luis Roldán y Mariano Rubio). En el caso del PP hay una trama que abarca a prácticamente todas las autonomías en ámbitos financieros muy sensibles: es un caso que afecta no sólo a un montón de corruptos, sino también a la estructura misma del Partido Popular. Como el PP actual, los dirigentes felipistas de la época se aferraban a que todo era una conspiración hasta que no pudieron seguir mirando para otro lado y comenzó a haber algunos ceses: Mariano Rubio, por ejemplo, dimitió. Eso no lavó la cara del partido ni mucho menos la de Mariano Rubio. El Partido Popular de Madrid no queda limpio porque se escenifique la separación de tres de sus corruptos del grupo parlamentario. El PSOE necesitó una catarsis y arrinconar a casi toda una generación de dirigentes. ¿Qué tendría que suceder para la rehabilitación ética de un partido cuyos mismos cimientos están llenos de bigotes?
Es difícil imaginar cómo podría limpiarse el brazo político de la Gürtel sin que se vayan todos. Desde luego, el Partido Popular no queda limpio por cambiar la ubicación de la silla de tres corruptos.
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Y la serpiente?