Ayer comenzaron en Iruña las Fiestas de san fermín, conocidas por encerrar a unos toros haciéndoles correr delante de miles de borrachos y algún sobrio. Cada día nos darán un informe que incluirá en primer lugar el tiempo gastado en hacer el recorrido. Al final de la semana habrá un puñadito de heridos graves (“El toro empitona a un mozo en la calle de la Estafeta”) y quién sabe si un neozelandés o una señora de Oklahoma sufrirá una cornada con daño en órganos vitales causando la parada cardio-respiratoria de rigor.
A esa misma hora cientos de miles de personas irán a sus trabajos en coches y motos. No deben olvidar ponerse el cinturón de seguridad o el casco para evitar una multa. El Estado se cree en la obligación de protegernos de nosotros mismos incluso si nuestras imprudencias no afectan a nadie más que a nosotros mismos: ¿a quién perjudica que la diñe más que a mi mismo?
Si se aplicase la lógica de que nuestras imprudencias deben ser evitadas por la autoridad pública, ¿quién se opondría a la prohibición de estos encierros en los que el peligro es lo único que los hace interesante?
Alguien me explicó una vez por qué el Estado se siente con derecho a obligarnos a ponernos el cinturón de seguridad o el casco. Si la palmo, la cosa está bien: habrá quien llore, alguna persona tendrá que dar la noticia en este
blog y vosotros tendréis que llenarlo de comentarios apesadumbradísimos durante un par de días. Pero si simplemente me quedo muy malherido el Estado tiene la obligación de curarme, desplegando el menguante gasto sanitario durante unas semanas, acaso años, en cuidar unas lesiones que serían menores si hubiera tomado precauciones. Es decir, se entiende que el hecho de que no llevara cinturón de seguridad sí afecta a toda la sociedad, porque aumento la probabilidad de generarles un gasto innecesario.
¿Y quienes corren en los encierros? Ellos también causarán gasto público incluso aunque no les pase nada: las ambulancias tienen que estar ahí
preparadas por si el encierro no es limpio. Pero si hacemos un balance contable los encierros dejan muchísimo dinero: entre retransmisiones, turismo en Pamplona, publicidad de la ciudad en todo el mundo… Esos muertos y heridos son la mejor inversión que se puede hacer. Nadie gana un duro porque no me ponga el cinturón de seguridad; y seguro que hay unos cuantos cientos de trabajadores que viven de fabricar cascos de moto. La supresión de los encierros pamplonicas salvaría alguna vida, sí, pero ¿a qué precio?
Cuando os pare la guardia civil para que os pongáis el cinturón de seguridad y os diga que es por vuestro bien, contestadle que no, que es simplemente para que cuadre el balance contable.
Hola Hugo,
Veo que coges el testigo de JOR en la critica a los encierros y los sanfermines…
A mi los toros (las corridad quicir) me parecen una tortura al animal. Los encierros (que sin corrida no existirian) me gustan mas, me parece extrañisimo que no muera mas gente corriendo entre esos morlacos pero me gusta verlo…
Pero lo que queria es dejarte este enlace de JR Mora que seguro que te gustara:
http://www.jrmora.com/blog/2009/07/07/%c2%a1pobre-de-mi/
Salut!
Ardibeltz ha escrito en su blog
Como diría Chris Griffin: ¡¡¡sal de mi cabeza, sal de mi cabeza!!! Qué jodío, has escrito lo que yo llevo comentando toda la vida.
Lo que no tengo tan claro es que sea por rentabilidad. Hay cientos de sitios más donde se hacen encierros, algunos con vaquillas, pero la mayoría con buenos bicharracos y donde la gente también se juega la vida y desde luego la salud, pero ni hay cámaras ni nada de nada. Solo se juegan la pasta los empresarios del mundo taurino que se llevan el 90% del presupuesto municipal de fiestas de casi todos los pueblos al menos de Castilla.
Juan ha escrito en su blog No hubo ningún golpe de Estado en Honduras en Junio de 2009
Pues voy a contar una batallita de la que me he acordado ahora sobre toros y cascos de motos: había en mi pueblo, que pueblo no importa ahora, un fulano que tenía un modesto taller de motos. Se le iluminó una bombilla cuando aquella época de imponer el uso obligatorio del casco para motoristas, y cambió el taller por una fábrica de cascos, allá por los ochenta. La jugada le salió redonda cuando ganó un contrato para suministrar, de golpe y porrazo, cascos para la Guardia Civil. Sus cascos se pusieron de modo y en toda España se vendían.
Así es que el señor del pequeño taller de motos acabó convertido en un hombre de grandes negocios, que invirtió (o gastó) su dinero en el capricho de toda su vida: montar una ganadería de toros bravos.
Batallita es, pero real como la vida misma.
Cuando cada sábado salían por la carretera de la Coruña motos como missiles con dos a bordo y sin casco y yo dejaba a una persona que entraba a trabajar al Clínico, y que estaba en el equipo de trasplantes, me decía con la voz bien triste: «ahí va un donante».
Y lo donaban todo porque el golpe era siemrpe en la cabeza y lo demás quedaba intacto, eran víctimas socialmente rentables. Por salvaje que parezca el comentario.
El que si es salvaje pero ya no es mio, es la tendencia observada a través de las guerras del siglo XX, se pasa de matar soldados a matar civiles. Y en el caso de los soldados, los demonios que dirigen o planifican las guerras, sostienen que es mejor no matar sodados sino dejarlos heridos, por el coste económico de su atención y porque un joven chillando al lado tuyo con las tripas al aire desmoraliza, e inutiliza, a los demás soldados que se ven obligados a atenderle.
Te iba a invitar a los Sanfermines del año que viene, pero he decidido que no.
¿Rentabilidad? ¡Vivan los potlach!
Jorge, seguro que tú vas a sanfermines corriendo detrás de los toros para asignarles tareas de organización en su colectivo: «a ver, tú, cabestro: tienes que convocar el encierro de mañana», «tú, morlaco, llama para que tengan limpia la calle de la Estafeta»…
Yo en ese plan sí me apunto 😉
En realidad, no paramos de hablar de los cuadros de Rothko…