He enviado este texto (con alguna diferencia irrelevante) a la defensora del lector de El País:

Desde hace años, nadie habla en España de ETA. Se habla de «la banda terrorista ETA«, como si los lectores, oyentes y televidentes españoles no tuvieran ya una idea bastante aproximada de qué es ETA. La fórmula no añade información: es denotativamente supérflua; pero está asumido que a la mera información aséptica hay que añadir pedagogía democrática y que nunca está de más recordar qué consideramos que es ETA. Un ejemplo es que la expresión «la banda terrorista ETA» aparece según el buscador de El País 690 veces en su periódico aunque probablemente a la décima vez que lo leyéramos, sus lectores nos haríamos una idea de la posición de El País contra ETA.

Cada vez que en algún medio extranjero habla de ETA como grupo independentista vasco sin utilizar la palabra «terrorista» se monta un pollo importante. Nuestros medios exigen a los medios de comunicación extranjeros que usen la misma fórmula que se usa aquí: en España puede ser superflua, pero para los lectores foráneos sí parece lógico que se les explique que ETA es algo más que un grupo independentista que da charlas en euskera y toma txakolis.

Ningún medio de comunicación español asume en asuntos en los que tienen un compromiso claro (el de ETA es el más evidente, pero no el único) que sus lectores esperan «un relato fidedigno de los hechos y un análisis distanciado y riguroso a partir del cual poder construir su propia opinión«. No, su relato debe estar absolutamente implicado y dejando claro el compromiso de los medios de comunicación contra los crímenes de ETA. Ya en el 23-F El País tuvo su mejor contribución contra el golpismo llamando en portada Golpe de Estado a lo que todo el mundo sabía que era un golpe de estado.

No siempre es así. Ayer la Defensora del Lector de El País respondió a las quejas planteadas entre otros por Andrés, Antonio, Víctor, Carmen, Rafa y yo mismo por su información sobre el golpe de Estado en Honduras. El País esperó a la tosca representación militar del domingo y a la reacción unánime de la comunidad internacional para para explicar a sus lectores que lo que en Honduras estaba sucediendo era un Golpe de Estado. No éramos adivinos quienes lo calificábamos de golpe de estado de manual lo que sucedía en Honduras antes del secuestro de Zelaya: el ejército había salido a la calle en rebeldía con la excusa de la destitución por Zelaya del jefe del Estado Mayor. Con distanciamiento y sin un exceso de ideologización, sabíamos que era un golpe de Estado, aunque como la cosa pilla lejos muchos lectores de diarios se habrían hecho una idea más rigurosa si en su diario se hubiera llamado intento de Golpe de Estado a lo que luego fue un Golpe de Estado consumado.

Imaginemos, por ejemplo, que los militares españoles se negaran hoy al nombramiento de Félix Sanz al frente del CNI y que salieran a la calle armados a impedir que el gobierno ejecutase el nombramiento: no habría ninguna duda para ningún medio de que sería un golpe de estado.

¿Por qué no explicar claramente a los lectores de El País que lo que estaba sucediendo en Honduras era un golpe de Estado frente al intento de reformar democráticamente una constitución blindada contra su pueblo? Resultan curiosos los dos ejemplos que pone la defensora del lector para explicar que buena parte de los lectores de El Páis no piden compromiso democrático, sino «un relato fidedigno de los hechos y un análisis distanciado y riguroso a partir del cual poder construir su propia opinión«: Palestina es el otro caso, junto a los golpes en América Latina (aunque en el caso de Venezuela en 2002 no deberá presumir El País de un relato fidedigno, ni de análisis distanciado ni riguroso): precisamente dos casos en los que los poderes internacionales apoyan importantísimas violaciones de la democracia y de los derechos humanos.

Frente a esta distancia rigurosa estamos quienes no sólo exigimos que los demócratas (sean periódicos, políticos o ciudadanos de a pie) rechacemos frontalmente los golpes de estado militares frente a gobiernos legítimos y los bombardeos genocidas contra pueblos sitiados. No, también esperamos «una especie de comunión ideológica absoluta, poder ver reflejadas sus propias posiciones en las del diario, y viceversa«.

Cada vez que tomen posición, ya sea contra un asesinato por violencia de género, ya contra un caso de corrupción o espionaje, le recordaremos a El País que lo que tiene que hacer no es posicionarse con la ética y los derechos humanos, sino exponer «un relato fidedigno de los hechos y un análisis distanciado y riguroso a partir del cual poder construir su propia opinión«. ¿O es que ese relato fidedigno… sólo es exigible cuando efectivamente se quiere tener una posición distante que no se ponga ni del lado del golpe ni del golpeado? ¿No es eso lo que siempre llaman equidistancia intolerable?

Cuando eligen en qué casos optan por el análisis distanciado lo que hacen es posicionarse. Si ante un golpe de estado militar optan por el distanciamiento no ideologizado, la posición es evidente.