La semana pasada el diario Público nos fue dando una abundante información sobre la financiación del PP madrileño a través de una fundación sin actividad y que no rendía cuentas. Vimos con estos ojitos que las facturas de esta fundación fantasma podían tener como objeto el montaje de reuniones para una comisión de estudio, mientras el concepto «real» era la financiación de la campaña electoral autonómica del Partido Popular en Madrid. Hemos ido sabieno que algunos de los que daban dinero (y no poco) eran implicados en la trama Gürtel y Díaz Ferrán, presidente de la CEOE y autor de la desafortunada (por inexacta) definición de Esperanza Aguirre como «cojonuda«.
A todo esto, Rajoy, a quien Dios conserve las compañías fuera de prisión, se va a dar un mitin con Trillo, que acata pero no comparte sentencias ni celdas, y con Camps, que no recibió regalos de su queridísimo amigo para toda la vida, te quiero un huevo, pero cuya mujer pensaba que el queridísimo amigo se había pasado muchos pueblos con los regalos que les hacía. En tan selecta compañía (aunque no hubiera estado mal que se sumara a la fiesta Fabra) Mariano Rajoy explica que quienes duden de la honorabilidad del honorable Camps son inquisidores del siglo XXI (los de siglos pretéritos es sabido que eran como más de derechas).
Los madrileños conocemos bien prácticas inquisitoriales. Cada vez que aparece un caso de corrupción en las filas del PP (es decir, cada poco) se inventan una querella que lanzar contra la oposición. Se inventaron dos chorradas contra los alcaldes de IU de Rivas (Pepe Masa) y San Fernando (Julio Setién y Montse Muñoz) consiguiendo una imputación que duró diez días. Ahora aseguran que se van a querellar contra Tomás Gómez (PSM) por decir que algu huele a podrido en Génova 13.Pero los inquisidores son los que afirman que Camps está imputado por cohecho.
Deberían querellarse contra sus propios dirigentes: ninguno de ellos ha desmentido uno sólo de los ingresos mostrados por Público. Igual que Camps no entrega la factura de sus trajes pagados con la calderilla que llevaba a mano, el Partido Popular de Madrid no enseña las cuentas de su campaña tamaya ni de la Fundescam. Quien acuse al ladrón de robar es un inquisidor. Y no se hable más, Paco, que te quiero un huevo.
Posiblemente las denuncias por corrupción no resten un voto al PP. Conocemos más conceptos falsos de facturas que votantes del PP que hayan modificado su voto por un caso de corrupción. Ética y derecha son como el agua y el aceite, salvo por el hecho de que el aceite nunca da lecciones de acuosidad a los demás líquidos.
Aunque no les quite un voto. Aunque estemos perdiendo electoralmente el tiempo. Si callamos ante el clima de corrupción tan asfixiante generado por las administraciones del PP, de alguna manera estaremos siendo cómplices: unos roban porque eso no les quita votos; nosotros no podemos callarnos porque, supuestamente, no nos los vaya a dar.