Cuando Cayo Lara comenzó a hablar de huelga general, UGT y CC.OO. respondieron que sólo una reforma laboral les llevaría a la huelga general. Mientras el mercado laboral siguiera regulado como hasta ahora, los sindicatos no plantearían conflictividad alguna. Nuestros sindicatos mayoritarios son conservadores: sólo aspiran a que todo siga igual.

Por razones laborales veo frecuentemente y desde hace ya algunos años diversas formas de despido, todas dentro de la ley. No he visto en todo este tiempo un solo trabajador que haya cobrado la indemnización máxima prevista por la ley. Hay tantas triquiñuelas que se han añadido con el tiempo que esa indemnización es un brindis al sol. Basta con que el empresario se ponga a putear al trabajador, ordenándole un horario infame o afirmando su hundimiento económico: el trabajador, casi siempre desamparado, se aviene a negociar y acepta el «son lentejas, si no las quieres las dejas».

Mientras, hay mil estrategias para evitar la llegada al contrato fijo, que causa pavor al empresariado español. Tras el paso por la ETT se pasa un día dado de alta en el paro para que la empresa le contrate a uno con bonificación: como es un contratado nuevo se le pone su periodo de prueba, como si los cuatro meses con la ETT no hubieran sido prueba suficiente. En algunos sectores cada vez más numerosos se contrata a autónomos que trabajan para una única empresa, con su jornada laboral fija para evitar el sometimiento al Estatuto de los Trabajadores: hace unas semanas el Gobierno aprobó la regulación de un oxímoron llamado «autónomo dependiente» (como si la autonomía no fuera exactamente lo opuesto a la dependencia).

Claro que hace falta una reforma laboral. Y muy profunda. La excusa que encontraron los defensores de las patronales para la actual desregulación fáctica fue que ello incentivaría el empleo. El imparable crecimiento del paro es una prueba evidente del fracaso de los dogmas neoliberales asumidos por los gobiernos de PSOE, PP y PSOE otra vez. El hecho de que los sindicatos ni se planteen la necesidad de la reforma los sitúa también bajo el dogma.

El dogma dice que el sol sale por el oeste todas las mañanas; pero sólo saben que es mentira quienes madrugan.