Memoria, ¿para qué?
Nuestro cerebro consume un tercio de los recursos energéticos que quema el cuerpo entero. El cerebro resultaría, pues, contraproducente desde un punto de vista evolutivo, pues nos obliga a conseguir muchísimos recursos extras. La complejidad de nuestro cerebro nos permite realizar determinadas funciones que compensan el desgaste energético. Una de ellas es la memoria. Gracias a la memoria no cometemos errores ya cometidos. Gracias a la cultura, la memoria colectiva, aprendemos incluso de los errores cometidos por otras personas. Ese aprendizaje me permite avanzar a mí y a la humanidad. Los gatos no tienen cultura, no tienen memoria colectiva y por ello no avanzan tecnológicamente: cada gato tiene que aprender tanto como tuvieron que aprender su padre y su madre. Todo el esfuerzo energético que consume nuestro cerebro y que permite la memoria individual y sobre todo la colectiva es compensado por el aprendizaje gratuito que obtenemos y que nos permite evitar repetir lo que otros ya hicieron si ello tuvo efectos negativos.
Memoria, ¿para qué?
Israel invade la franja de Gaza. Israel ha convertido Gaza en un inmenso ghetto introduciendo el odio como único alimento que es capaz de conseguir un palestino. Tras debilitar a más de un millón de personas con el aislamiento la falta de alimentos, de medicamentos, electricidad… comenzó a bombardear causando centenares de asesinatos. Cuando suma ambos debilitamientos, sus tanques superan el leve obstáculo del muro que separa al ghetto del mundo y comienza una nueva fase del genocidio. La invasión por tierra.
Memoria, ¿para qué?
Israel recuerda insistentemente el Holocausto nazi. Es un recuerdo que puede reivindicar con justicia. Israel es un estado que se declara judío y el pueblo judío sufrió como ningún otro colectivo el episodio que señala el cénit de la fría crueldad asesina a la que es capaz de llegar un ser humano y un colectivo humano. Israel recuerda el pasado, pero no aprende de él. Uno insiste en reivindicar la memoria democrática de quienes defendieron las libertades y padecieron persecución, asesinatos, torturas… para que eso no se pueda repetir. No para que los míos lleguen al poder y hagan, siquiera a menor escala, lo mismo con sus enemigos. Si alguien, alguna vez, pretende reivindicar la memoria republicana asesinando a miles de derechistas y dejándolos abandonados en la cuneta de una carretera o en una fosa común, no habrá entendido nada.
Memoria, ¿para qué?
Un pueblo que examina continuamente el Holocausto, la sistemática violación de derechos humanos por la mera pertenencia a un colectivo étnico, nacional, religioso, político, sexual… debe aprender de aquello y convertirse en un pueblo infatigablemente comprometido con los derechos humanos hasta el ridículo. La memoria de una masacre no legitima a sus víctimas a masacrar a nadie, sino que nos enseña a todos y a todas que el ser humano puede no tiene límites naturales: el terror que genera es potencialmente ilimitado. La memoria del terror nos enseña que los límites que se deben poner al ser humano para infligir dolor a otro ser humano deben ser máximos e inexcusablemente inviolables. La memoria del terror les enseñó eso a quienes tras el Holocausto y la II Guerra Mundial redactaron la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Memoria, ¿para qué?
El gobierno de Israel ha emprendido su particular Solución Final. Se dice que el gobierno goza del favor de la mayoría de su pueblo y que de hecho el genocidio se emprende para obtener buenos resultados en las próximas elecciones de Israel. Cuando el aprendizaje que se hace de una masacre son los métodos de la misma y no la resistencia frente a cualquier masacre, la memoria no sólo es estéril, sino que es rabiosamente repugnante.
Memoria, ¿para qué?
Memoria para aprender que nunca más deberá nadie justificar una Solución Final. Que quien justifique o emprenda una Solución Final es un enemigo de la humanidad y debe ser combatido por ésta. Memoria para no tener que aprender cada pocos años que somos capaces del desastre. Memoria para detener los tanques que entran en Gaza.
DOMINGO 4 DE ENERO CONCENTRACIÓN A LAS 20 HORAS EN SOL
Esta no es la solución final.
Por ahora es sólo la noche de los cristales rotos. Otro progromo más anti-palestino, una razzia.
Algún día, el sionismo tendrá que ponerse en la disyuntiva: de seguir en sus postulados, tiene que construir duchas y hornos crematorios. Porque mientras haya un niño palestino vivo, esa tierra seguirá siendo Palestina, y los israelíes estarán de prestado en ella.
No hay más alternativa para el sionismo: o construye hornos crematorios, o se niega a sí mismo y desaparece.
En estos días, muestra su duda. Provoca la matanza de unos cientos, pero sabe que el único camino para convertir Palestina en Israel es el exterminio, y a tanto no se atreve.
Quizá por razones prácticas, por creer que existe un punto de rebose en la comunidad internacional (cosa que ya dudo), quizá porque en el inconsciente colectivo de Israel el gas Ziklon aún provoca urticaria.
Ahora, yo se lo recomendaría. Señores israelíes, pierdan definitivamente la vergüenza y exterminen a toda la población palestina. También a los campos de refugiados en el Líbano o Siria. Sin que se escape ni uno sólo. Incineren sus cuerpos y destruyan sus casas hasta los cimientos, hasta que no quede recuerdo de la existencia de ese pueblo.
O eso, o renunciar a la ocupación y retirarse a las fronteras de 1948.
No hay otra solución estable.
«Si alguien, alguna vez, pretende reivindicar la memoria republicana asesinando a miles de derechistas y dejándolos abandonados en la cuneta de una carretera o en una fosa común, no habrá entendido nada.»
¿A si, Don Hugo? Y si son miles de izquierditas del POUM, o de anarquistas, o de socialdemocratas, o de liberales… A esos mataron los del PCE, que no todos eran de derechas, no se olvide.
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