hombres.jpgA principio del verano me mandó un mail Gustavo Acevedo, que supongo que me conoció a través del blog. El mail era una extensa reflexión sobre el patriarcado y uno de sus efectos más terribles, la violencia machista y sobre la posibilidad de que los hombres (algunos hombres) hiciéramos una muestra pública del horror que sentimos ante la permanencia de una jerarquía entre géneros hasta el punto de que algunos hombres se sientan con derecho a maltratar hasta, llegado el caso, la muerte a sus mujeres.  Ello se concretaría en principio en una manifestación promovida por hombres contra la violencia de género.

La idea es interesantísima por varias razones. Cuando un colectivo es agredido por otro, a los agresores no les suele importar mucho que el colectivo agredido levante la voz contra la injusticia sufrida. Sin embargo cuando es madera de la propia cuña la que protesta sí pueden ver resentida su imagen social. Es decir, si la violencia de género sólo obtiene la respuesta de algunas mujeres y sólo subsidiariamente de ciertos hombres la posición social de los hombres machistas no se resiente en absoluto, pues resulta casi natural que quien está oprimida intente rebelarse. Pero cuando otros iguales, otros hombres, salen a la calle a decirles que son igual de hombres que ellos, pero que ello no les permite sentirse cómodos en una sociedad de desiguales, se resquebraja la identidad colectiva desde la que machacan a quien tienen al lado, la identidad de género, y por tanto se reduce su sostén social en cuanto maltratadores. Porque ésta es una violencia de género, no sólo doméstica (1).

Pero además, la idea tiene la virtud de mostrar algo que es esencial. Que el patriarcado, el establecimiento de roles machistas y de jerarquías no es una cosa que beneficie a los hombres aunque para ello haya que pasar por encima de las mujeres. La posición en la que queda el hombre en el patriarcado es claramente de mutilación sentimental, social, familiar. Desde la imposibilidad de mostrar públicamente determinados sentimientos hasta la generalizada atribución a la madre de la custodia de los hijos e hijas en caso de separación, el patriarcado hace, también a los hombres, peores y menos felices.

En el caso de la violencia de género, las víctimas son siempre las mujeres concretas que la padecen. En segundo lugar la sufren las mujeres en general como colectivo. Pero en tercer lugar, la violencia de género nos hace vivir peor a los hombres que, no sólo por un ideal ético, nos sentimos incómodos en una sociedad que sigue abriendo zanjas que nos separan de quienes son nuestras iguales, una sociedad machista que genera una sospecha hacia el hombre, siempre potencial maltratador (2). No sólo hay que luchar contra el machismo por ellas; también por nosotros: desde luego yo reconozco en mí innumerables tics machistas que no me gustan un pelo.

El mail recibido por mí y por otros cuantos cuajó muy bien y en septiembre se va a celebrar una asamblea que vaya preparando una manifestación para los días 20 o 21 de octubre. La asamblea, a la que está invitado todo el mundo, se celebrará el próximo 7 de septiembre en un nuevo y fabuloso espacio social llamado Patio de las Maravillas, en la calle Acuerdo 8, en Madrid (Metro San Bernardo o Noviciado). Obvia decir que cuanta mayor difusión se le dé, mejor saldrá. Por ello podéis encontrar banners para vuestros blogs, webs, etc… así como el texto que se difunde para las convocatorias en las páginas donde se hace referencia a la Asamblea del 7 de septiembre, como las de Kaos en la Red, IndyMedia Madrid o Iniciativa Comunista.

Como dice el texto manejado, el silencio nos hace cómplices.

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(1) En su afán por evitar el  concepto de ‘violencia de género’, escuché una vez hablar de una víctima de la ‘violencia doméstica’ a la que habían matado en plena calle. ¿Doméstico no es aquello que sucede en el hogar?

(2) Un caso evidente de esta sospecha lo ha constituido algún caso cuyo esquema se ha reiterado: una anciana muy enferma y sin posibilidad de recuperación es amada por su pareja; dado que en España es ilegal dejar de sufrir cuando la vida y el sufrimiento están ligados, su pareja acaba con el sufrimiento de la anciana quitándole la vida en una acto de amor infinito; inmediatamente después el anciano se suicida. Las tres o cuatro veces que he escuchado este tipo de sucesos siempre ha sido catalogado como violencia de género, y no como una tragedia a la que llevan el amor, la generosidad y una sociedad legislada según doctrinas del integrismo religioso.