Hace un par de meses escribí uno de los apuntes por los que he recibido críticas más contundentes, aunque también uno de los que más fue reproducido en foros y menéames, por lo que doy por hecho que hubo gente que compartía su contenido. Fue tras la muerte de unos militares en el Líbano y señalaba lo desmesurado de la reacción patria en ese caso cuando estamos acostumbrados a ver morir trabajadores todos los días sin que se haga el más mínimo gesto social ni político (1). En general, las críticas que recibí venían a dar por entendido que si comparaba las muertes de los militares con accidentes laborales era porque carecía en absoluto de sensibilidad hacia aquéllos: que los jóvenes que habían muerto en el Líbano me importaban una higa, vaya.

Recordemos los hechos: cuando mataron a aquellos militares se celebraron funerales de Estado a los que acudieron toda la familia Borbón, gran parte del Consejo de Ministros, los líderes de casi todos los partidos parlamentarios,… se realizaron debates en el Congreso, hubo una petición unánime para que el Estado se gastara una pasta (en detrimento de otros gastos, se entiende) en inhibidores de frecuencias para los carros militares y un largo etcétera. Dos meses después en Madrid hemos alcanzado los 105 muertos en accidente laboral en lo que va de año tras tres muertos en el mismo fin de semana en diferentes accidentes: alguno de ellos murió tras realizar trabajos peligrosísimos en su segundo día en el tajo sin tener preparación alguna para ello. Pues bien, ni un solo medio de comunicación se ha preocupado por el estado anímico de las familias (en el caso del Líbano conocimos hasta el estado de salud de los familiares en segundo grado de los fallecidos), ni mucho menos por las condiciones de trabajo; ni un sólo consejero autonómico, ministro,… ha mostrado la más mínima inquietud por el tema. Por supuesto, nadie ha pedido ningún tipo de debate en las Cortes ni en la Asamblea de Madrid. Ni una portada en ningún periódico (en todo el Estado, sólo Gara suele conceder importancia de noticia de portada a los accidentes laborales). Lo único que se ha hecho es una pequeña concentración sindical en Leganés.

Es normal: existe una absoluta insensibilidad hacia los accidentes laborales, como si fueran parte natural del desarrollismo español. Cuando alguno creyó entender que si comparaba las muertes en el Líbano con las muertes en el trabajo mostraba que las primeras no me importaban en absoluto, estaba mostrando que daba por hecho que las segundas me resbalaban. Porque ése es el clima generalizado: los muertos en el tajo son parte de nuestro paisaje. Son, digamos, una especialidad española, aunque el turismo todavía no le haya prestado atención.

El boato con el que algunos personajes públicos tratan de mostrar su sufrimiento por muertes concretas resulta vomitivo, especialmente cuando somos conscientes de que pasada la foto no van a mover un pelo por evitar la próxima muerte. Así que lo deseable no sería que ante las muertes de trabajadores comunes se organice el mismo circo que se organizó hace dos meses con la de trabajadores del Ejército. No, que se ahorren el gasto y el bochorno. Pero que tomen medidas: en vez de mostrar las lágrimas de cocodrilo multipliquen las plantillas de los inspectores de trabajo y amplíen sus competencias. Todo el dinero de fotos, gástenselo en inhibidores de accidentes laborales.

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(1) El texto que escribí está aquí.