La vuelta de un viaje por Holanda, especialmente tras el paso por Amsterdam, es una estupenda excusa para hacer unos pocos comentarios sobre cuatro aspectos en los que aquello es sustancialmente diferente de esto para mañana volver a la rutina habitual del blog (con algunos pequeños cambios sobre todo de estilo que ya iréis notando): se refieren a drogas, modelo de ciudad, prostitución y memoria.

El asunto de las drogas está resuelto allí de la siguiente forma. Hay dos lugares donde uno puede adquirir y/o consumir drogas. En los coffee shops uno puede pedir tal o cual cantidad de hachís o marihuana de distintos tipos. Una carta (como un menú) le explica a uno la procedencia de lo que puede pedir y los efectos que provoca. Con pleno conocimiento y sabiendo que lo que uno va a probar es de buena calidad y no está mezclado con neumático puede fumar lo que compre. Son cafeterías de distintos tipos, desde terrazas en áticos a lugares más sombríos y en ellas está prohibida la venta de alcohol. Así que uno puede fumarse un porrito en una preciosa terraza mientras se toma un zumo de naranja o un café. No es, desde luego, el plan menos saludable que uno se pueda imaginar.
El otro tipo de establecimiento son tiendas donde no se puede consumir, sino comprar. Son las Smart shops en las que se venden distintos tipos de semillas (desde cannabis a peyote), productos para el consumo de todo tipo de sustancias, otras sustancias que prometen ayudar en la actividad sexual y, sobre todo, setas. Las setas va en una cajita como la de la foto. Hay distintos tipos y en todas se especifican los efectos que se obtienen que van desde obtener un saludable sentido del humor a la visión de cosas que tengan una dudosa relación con la realidad. El contenido de una caja es la dosis máxima que una persona debe ingerir, por lo que no aparece ningún tipo de riesgo: se sabe qué producto se consume, qué efectos tiene y qué dosis máxima se debe consumir. Además se aclara que no se debe mezclar con alcohol. Supongo que alguien sabrá encontrar algún argumento para que estos tipos de venta no sean legales en España, como la de alcohol no lo es en Argelia, pero a mí se me escapan. Porque una cosa que no he explicado es que en Amsterdam nadie está obligado a probar nada.

En cuanto al modelo de ciudad, he de reconocer que he ido demasiado condicionado por la irritación que me produce ser madrileño, tener los gobernantes que tenemos y estar rodeado de gente que vota lo que vota. Uno siente vergüenza de vivir en un barrio en el que Esperanza Aguirre coloca un campo de golf en vez de un imprescindible (y prometido) parque y en una ciudad cuyo alcalde ha hipotecado al ayuntamiento para los treinta próximos años y ver que en las ciudades que no nadan en caspa y corrupción urbanística optan por preciosos parques para los ciudadanos (como el maravilloso Vondelpark con estupendas actuaciones musicales gratuitas) y se asume que el uso del coche en la ciudad es una antigualla y lejos de potenciarlo se da prioridad a las formas sostenibles de transporte tanto urbano como interurbano.

En cuanto a la prostitución, el modelo es bastante conocido por todos. En el Barrio Rojo (que se llama así por el color de los faroles de los burdeles, no por el supuesto de que la izquierda sea más putera) hay una serie de prostíbulos con escaparates en los que las prostitutas seducen a sus potenciales clientes que, en su caso, pasan adentro y obtienen la prestación de servicios deseada. Uno no puede dejar de sentir que la mujer aparece como en un expositor de ganado, absolutamente cosificada, y que se reproducen todos los tics machistas más asquerosos. Supongo que por cuestiones más viscerales que de razón abstracta nunca podré contemplar con naturalidad la prostitución. Sin embargo, tengo claro que, dado que la prostitución existe, es mucho mejor que esté regulada, en condiciones salubres, como si fuera un trabajo más (1).

Sobre la memoria histórica me llevé una tremenda sorpresa: existe un museo de Anna Frank, dedicado a aquella joven y simbólica víctima del nazismo. También hay numerosas placas dedicadas a los judíos asesinados por los nazis. Incluso en Brujas, adonde fuimos un par de días, había un par de placas en memoria de las víctimas de la ciudad de las dos primeras guerras mundiales. Era sorprendente que no dejaran cicatrizar las heridas, empeñados en señalar los crímenes del nazismo sin hacer inmediatamente mención a que los dos bandos hicieron fechorías o a que los judíos, así, en general, también han hecho cosas malas. Eso de señalar los crímenes sin más y homenajear a sus víctimas sin esconderse en contextos debe de estar provocando un cisma en las sociedades belga y holandesa. Desde aquí deberíamos explicarles que la única forma de reconciliarse es reconocer que todos cometieron errores y poner alguna calle dedicada a Adolf Hitler que, al fin y al cabo, es parte de la Historia de Europa.

Por lo demás, en Holanda también hay carencias: el desastre de los trenes (en la inmensa mayoría de su territorio públicos) sería inimaginable en España (incluso en Cataluña). Y a modo de lamentable coincidencia, cenamos la última noche en Amsterdam en un estupendo restaurante peruano, culminando la cena con la maravillosa bebida llamada Pisco Sour, originaria de Pisco. Aproximadamente en el mismo momento se estaba produciendo el terremoto en Pisco del que en pocos días nos habremos olvidado. Pero ese es el tipo de asuntos sobre los que volveré a partir de mañana.
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(1) Ya expuse mis inquietudes sobre el tema de la prostitución en otro post que podéis leer aquí.