Sigo dándole vueltas a lo que ha pasado en estos últimos días a cuento de las viñetas de El Jueves y del artículo de Anasagasti en su blog. En alguno de los múltiples sitios en los que se escribía sobre el tema había una pregunta retórica que resulta muy interesante: se preguntaba alguien (no recuerdo quién) si no habría sido todo una maniobra de Conde-Pumpido (que todavía no ha dimitido) para que se abriera el debate entre monárquicos y republicanos. Lo interesante de ese comentario es que parece claro que lo que está haciendo daño a la Monarquía no es la viñeta de El Jueves ni el blog de Anasagasti, sino las reacciones desmesuradas de los defensores ofendidísimos de Su Majestad que tanto ha hecho por la Democracia y por España. Entre las reacciones más curiosas he escuchado en la radio dos que son para enmarcar: una decía que en texto de Anasagasti sería aceptable si no se tratase de un político, pero que un señor senador no puede permitirse decir esas cosas. Uno siempre había entendido que era al revés, que precisamente la Ley sobreprotege la libertad de expresión de los parlamentarios para que puedan decir casi cualquier cosa porque, en tanto que representantes del pueblo, deben poder decir lo que les dé la gana. Al parecer, según aquel brillante tertuliano es todo lo contrario. Da más bien la impresión de que lo que sucede es que sobre la Casa Real se puede hablar siempre que a uno no le escuche nadie y por tanto el pueblo puede hablar en sus blogs con pocos cientos de lecturas, pero un señor diputado, con toda su repercusión tiene que estar callado y hablar de estatutos, de empleo y de la última rajoyada, pero nunca de la monarquía, salvo que sea de la británica o de la monegasca.

Pero quizás la reacción más graciosa que escuché fue la de un contertulio de un programa de radio que dijo que lo de que son una pandilla de vagos es impresentable porque “todos sabemos” que tienen una apretadísima agenda pública. Tengo comprobado que cuando alguien empieza una frase diciendo que lo que va a decir es algo que “todos sabemos” en realidad está sugiriendo que nadie le pida detalles o argumentos que apoyen lo que acaba de decir porque no los hay. Pues bien, ¿cómo se puede saber si el Rey tiene una apretada agenda pública? Al contrario de lo que sucede en todos los organismos públicos en la página de la Casa Real no hay ningún apartado en el que se publique la agenda de ninguno de sus miembros. Sí se nos habla de las aficiones del abuelito Borbón, que sólo parecen ser el esquí y la vela: no se menciona la velocidad de los vehículos motorizados ni la caza, ni mucho menos otras aficiones menos decorosas. Pero sabemos, por ejemplo, que cuando nació su nieta (y una de las pocas tareas inexcusables de un miembro de una Casa Real es la reproducción) el monarca tardó dos o tres días en aparecer no porque estuviera defendiendo la exportación del jamón y el vino españoles en Arabia Saudí sino porque estaba cazando en algún lugar del mundo. De hecho en los últimos años sólo hemos sabido de él que caza y no siempre animales en mejor estado que él.

La frase según la cual la mujer del César además de ser honrada debe parecerlo es nefasta. No: el César, la Césara o sus respectivos cónyuges deben ser honrados y hacer públicas sus cuentas, su gestión y su trabajo. Si fueran transparentes y los demás no somos capaces de encontrar que se hayan desviado del cometido para el que están en su puesto no habría nada que decir en ese apartado. Si conociéramos perfectamente las cuentas de la Casa Real y no encontráramos ningún dato extraño, no tendríamos por qué sospechar que algo extraño debe de haber en alguien que no ha dejado de cultivar la amistad con ninguno de los corruptos de primera que hemos tenido en los últimos años (Mario Conde, Javier de la Rosa, Prado y Colón de Carvajal). Del mismo modo, si conociéramos su agenda, probablemente se rebatiría la idea bastante común de que el Borbón se pasa el día borboneando y que apenas hace nada que se salga de lo que han hecho todos sus ancestros.

En el último Debate sobre el Estado de la Nación lo dijo Joan Tardá y Zapatero lo tomó a broma. Dijo el portavoz de ERC que el peor favor que podrían hacer a la Monarquía era ocultar sus cuentas y permitir así que cundiera la sospecha. Zapatero ironizó diciendo que no creía que el portavoz republicano tuviera la menor intención de hacerle favores a la monarquía. Ambos llevaban razón: el primero porque al ocultar datos sobre la agenda y las cuentas reales se alimentan las sospechas. El segundo porque es preferible para la causa monárquica que haya una oscuridad que alimente sospechas a que haya una claridad que las confirme.