Por una vez he tomado la precaución de leer el blog de Javier Ortiz antes de echarme a escribir yo: hace un par de semanas, por no hacerlo, tuve que aclararlo dado que sé que muchos de quienes leen este blog leen también el de Javier Ortiz y la coincidencia en tema y línea argumental resultaría sospechosa para cualquier ramoncín de la blogosfera. Es algo que trato de hacer siempre, pero tienen que confluir dos circunstancias que dependen una de mí y otra de él: yo me tengo que despertar con tiempo suficiente para poder desayunar tranquilamente mientras lo leo y él tendría que publicar su post hacia las siete de la mañana, como ha hecho hoy.
Y menos mal, pues yo tenía pensado escribir de lo mismo que escribe él (no de mi videoteca ni de la de Ortiz, sino de los ciclistas drogados) y partir de una línea argumental parecida, pero, eso sí, para llegar a conclusiones totalmente distintas. Viene a decir Ortiz (entre otras cosas: el apunte, como siempre, merece la pena) que un ciclista cuando se droga sólo afecta a su salud y por tanto es dudoso que agentes externos puedan condenarlo por drogarse. La droga que tome mejoraría su rendimiento, sí, pero como lo hace la que a lo largo de la historia han tomado muchos genios (y personas menos geniales como las señaladas al final del apunte) sin que nadie cuestione sus obras por haber sido ayudadas por artificios.
Soy un firme defensor de la legalización de las drogas y de su uso por quien las considere convenientes para sí. Probablemente escriba un texto al respecto próximamente de esos que algún comentarista calificaría de simplista e infantil para en otro comentario reprocharme que no me ve con ganas de argumentar: cada vez que escribo algún texto que resulta polémico (yo nunca soy capaz de prever esa polémica) alguien escribe sobre mi edad: ‘tu entrada es de un reduccionismo infantil’, ‘te falta un hervor’,… ¿qué edad pensarán que tengo?.
Mi defensa de la legalización de las drogas se basa en la defensa de la autonomía personal y en que es cierto que cuando otro consume cualquier droga legal o ilegal a mí no me perjudica en nada real, por lo que no veo por qué nadie debería interferir en su decisión de que circule por su cuerpo tal o cual sustancia. He buscado en el diccionario de la RAE y, para mi alegría, recoge la palabra dopar y la distingue de drogar en el sentido que yo considero fundamental: drogarse sería, en su segunda acepción, ‘dicho de una persona: Hacer uso deliberado de drogas en sí misma’ mientras que dopar se define como’administrar fármacos o sustancias estimulantes para potenciar artificialmente el rendimiento del organismo con fines competitivos’.
El quid está claramente en los fines competitivos. Shakespeare no se drogaba para ganar a Cervantes literariamente: supongamos que lo hacía no por simple placer, sino para escribir mejor. Con ello no obligaba a nadie a drogarse. Sin embargo, en el deporte profesional y muy especialmente en el ciclismo sólo se puede participar si se hace con todas las consecuencias. Los chavales que compiten deportivamente desde jóvenes necesitan, para dar el salto a la profesionalidad, que es lo que más desean muchos de ellos en el mundo, aceptar los fármacos que en muchos casos les impedirán sobrevivir a los 45 años. Un chaval de dieciséis o dieciocho años que sea muy bueno subiendo montañas en bicicleta, no podrá vivir de su talento ni mostrar su capacidad en lo suyo si no paga el peaje de ponerse hasta arriba de tóxicos, pues en caso contrario otros menos dotados pero con esas ayudas le pasarán holgadamente dejando su talento en la más normal mediocridad. Es decir, el consumo de drogas en el deporte profesional no es una decisión libremente adoptada, sino un peaje impuesto para poder realizar en la vida la actividad para la que un joven tiene vocación.
La cuestión es que si se persigue y se erradica el dopaje de la competición (incluso si se hace innecesario, evitando que los deportes se conviertan en competiciones por ver quién realiza la hazaña física más sobrehumana) nadie estará obligado a drogarse. Lo bueno de los deportistas de élite es que a partir de los escasos treinta años ya se pueden jubilar y, en el mejor de los casos, con unas rentas que para nosotros quisiéramos aquellos a quienes a esas edades nos falta un hervor. A partir de esa jubilación ya sí podrán ingerir cualquier sustancia libremente y sin molestar a nadie. Pero durante su vida profesional y competitiva el consumo de drogas que le ayuden a competir mejor sí perjudica a otros: a aquellos que quisieran realizar el mismo deporte, que tienen capacidad de sobra para vivir de él, pero que saben que para llegar a la cima no dependen de esa capacidad sino de que ésta no sea ocultada por su voluntad de no consumir mierda. Por supuesto, en general, acaban consumiéndola.
Esto es la leche, encima de que te hago publicidad del blog, vas y me llamas ¡¡Ramoncín!! Ya no te ajunto…
Jejeje, en serio, voy a tener que ir rápido al registro de la propiedad intelectual, porque lo que copias son claramente mis ideas. he pensado exactamente lo mismo que has escrito al leer la entrada de hoy de Ortiz.
En breve me podrás poner a parir tú a mí 😉