Isabel II pasa por ser una monarca reaccionaria. Juan Carlos I, en cambio, resulta ser la encarnación misma de la democracia. La viñeta que ilustra este post, en la que vemos a la tatarabuela de Juan Carlos de Borbón en actitud cariñosa con un equino, fue dibujada por Valeriano Bécquer y acompañada de los siguientes versos de su hermano, Gustavo Adolfo Bécquer:
«Por probar de todo…
de tirarse a un pollino encontró modo»
Pertenece a un libro firmado por ambos bajo el título «Los borbones en pelota», que aparece en el catálogo del Instituto Cervantes de Nueva York: se pueden ver más viñetas todas con sexo explícito de Isabel II y Francisco de Asis («El rey consorte,/primer pajillero de la corte») en InSurGente.
Por mucho que nos creamos que vivimos en una época en la que los principios liberales han cuajado el libro de los hermanos Bécquer muestra en buena medida que en todas las épocas la sexualidad borbónica ha sido objeto de chanzas, pero que no siempre ha habido una Casa Real ni un Conde-Pumpido con una capacidad de encaje tan limitadas. Si yo fuera Guillermo y tuviera que ir mañana a la Audiencia Nacional como imputado, llevaría como prueba las ilustraciones de los Bécquer para exigir no sólo la libertad, sino también que el Instituto Cervantes difunda por todo el mundo la portada de El Jueves como hace con los dibujos y versos de los Becquer.
Parece claro que si el poder limita su uso de la censura en la actualidad no es por una cuestión de principios, sino por pura ineficacia. En cuanto a los principios, es graciosísimo ver a Zaplana y Acebes hablando en nombre de la libertad de expresión por este caso: ¿alguien se acuerda de cómo trataron a un profesor universitario que les financió a sus alumnos el dominio noalaguerra.org? No, ninguno de ellos se opone por cuestión de principios a la censura. Fue Acebes quien el viernes criticó la medida (en la misma línea que El Mundo) por haber conseguido darle a la viñeta una difusión increíble. Es decir: el problema no es que no queramos censurar al discrepante, sino que al censurarle no sólo no silenciamos su voz sino que la multiplicamos. Es una cuestión de eficacia. ¡Si lo sabrán ellos, que cerraron el Egin y el Egunkaria y a los pocos días ya tenían los sustitutos en los kioskos!
Hablando de esto ayer con una persona que sabe mucho más de internet que yo me explicó que sería relativamente sencillo, por ejemplo, impedir que se pudiera ver esta semana ninguna página web con el contenido «Príncipe Felipe» o que incluso bastaría una orden para que se cayese internet en todo el mundo, retomando el poder un control sobre la opinión que el poder va perdiendo. Sin embargo es posible que hasta las mentes más atocinadas se levantasen en armas en el segundo caso por no poder acceder tranquilamente desde su casa a la pornografía a la que están, felizmente, tan acostumbrados. Y en el primer caso harían que también cayese, por ejemplo, la página de la Casa Real y pronto cambiaríamos la expresión «Príncipe Felipe» por «Borbón Jr.», «el Tom Cruise de la portada de El Jueves», etc. y asunto soluciondo.
El hecho mismo de que miles de donnadies hayamos creado nuestros blogs en los que volcar nuestras opiniones para que las lea algún centenar de personas ilustra el fenómeno. Probablemente no estemos en el momento de la historia en el que haya más demócratas ni en el que las libertades encuentren defensas más firmes; sin embargo sí es probable que estemos en uno de los momentos en el que sea técnicamente más difícil cargarse las libertades, impedir la difusión de ideas incómodas para el poder (malas, buenas, qué más da). Aquellos que no se quieren dar cuenta (Conde-Pumpido ahora, hace tres años quienes diseñaron, ejecutaron y fueron cómplices de la censura de lo que pasó el 11-M para intentar sacarle rédito electoral tres días después…) van listos: no sólo consiguen darles un altavoz a quienes quieran reproducir lo censurado sino que quedan marcados como burdos censores para un largo tiempo.