Leí ayer el enésimo artículo de opinión (en este caso escrito por Santos Juliá en El País) que afirmaba un mito que ha echado raíces: las elecciones se ganan conquistando al electorado de centro, y por lo tanto es a los centristas a quienes los partidos que quieran gobernar deben cortejar. Y, como en política cortejar a un votante significa ofrecer las políticas que ese votante desea, la conclusión es que PP y PSOE (que son los receptores de tal mito) deben competir por ofrecer las políticas más centristas.
Parto de la ignorancia de qué es ser de centro: me da la impresión de que es algo así como ser agnóstico que es lo que dicen que son los ateos a quienes les parece excesiva la palabra ateismo, o los ateos con dudas (aunque los cristianos con dudas no sean agnósticos, sino cristianos con dudas). Por lo que uno va viendo, ser de centro consiste en no tener demasiados principios y renunciar a todo cambio que pueda incomodar a sectores poderosos de la sociedad.
De hecho hay cuestiones que pasan de ser de un extremo a ser de centro en un pis-pas: recordemos cómo la oposición a la mili era una cuestión de una izquierda insumisa y delincuente hasta que Aznar no tuvo más remedio que aceptar la supresión del servicio militar, lo que pasó a ser una cuestión neutra. Lo mismo sucede con la negociación como forma de superación del terrorismo: quien la defendiera hace unos pocos años era anatemizado por ser cómplice y, sin embargo ahora (incluso tras haber fracasado esta vez), no hay encuesta que no muestre que la necesidad de la negociación como forma de alcanzar la paz es compartida por la mayoría: defender la negociación hoy bien podría ser de centro. En definitiva: ser de centro consiste más o menos en ir con los vientos que soplan y, dado que generalmente sopla quien tiene el poder, ser de centro sería no poner pegas al poder diga éste una cosa o su contraria.
Además de la imposibilidad de saber qué es ser de centro, el mito se cae porque la realidad se empeña en desmontarlo. En general no parece que las políticas centristas sean las premiadas: no creo que haya nadie dispuesto a explicar en qué hechos es más centrista Gallardón que Zaplana o Piqué que Álvarez Cascos. En ambas comparaciones, el primero es como mínimo tan duro en las ideas que ha puesto en práctica cuando ha tenido ocasión como el segundo. Es difícil pensar en alguien que haya hecho más por transferir dinero público a las más gigantescas empresas constructoras a través de locuras urbanísticas que Gallardón, ni alguien cuyo ideario se base más en desmantelar el sector público que Piqué. Sin embargo, estos dos pasan por conformar el ala centrista del PP. ¿Por qué? Simplemente porque no basan su oratoria en el insulto, como la mayoría de los líderes de su partido. Pero ahí ya no estamos hablando de políticas, de centro, izquierda o derecha; sino de la moderación en las formas. Y ahí sí que tienen razón quienes afirmen que sólo desde la moderación en las formas se puede ganar. Porque uno puede defender posturas de cierto radicalismo sin caer en el insulto, en el dogma ni en el porrazo retórico. Probablemente eso sea lo que dé más votos. Entre otras cosas porque el insulto favorece electoralmente siempre al insultado: recordemos cómo creció sistemáticamente el voto a ERC según iba subiendo el nivel de los insultos que recibía del aparato aznaril.
Zapatero es el más claro ejemplo: a él no le colocó en el poder el centro, sino la izquierda que, harta de Aznar, de Urdaci y de que les llamaran terroristas por discrepar, decidió acudir en masa a votar al PSOE. La encuesta de ayer de La Vanguardia parece confirmar lo mismo: en cuanto el PSOE se ha puesto a defender políticas sociales con una moderación formal incomparable a la del PP, se ha distanciado de éste enormemente. Sin embargo, mientras pensó que el viento del proceso de paz soplaría sólo la vela electoral del partido, sin necesidad de tomar medidas de izquierdas en ningún otro ámbito, las encuestas daban resultados muy igualados pese al optimismo mayoritario acerca del proceso de paz.
Que nadie se engañe: al electorado del PSOE, al de IU, al de ERC, Aralar, BNG, NaBai… les gusta que su partido haga políticas de izquierdas; y al del PP les gusta que se hagan políticas de derechas. Pero lo que es prioritario para cualquier grupo de electores es que los otros no basen su oposición en el insulto, porque entonces esos electorados saldrán en masa a votar. Por ello lo tienen más crudo quienes no tienen política alguna que defender públicamente: pues para poder decir algo sosegada y argumentadamente hay que tener algo que decir. Sin argumentos, los discursos que se dirijan al público sólo pueden basarse en el insulto al otro; es decir, sin argumentos, los discursos favorecen siempre a aquél a quien se quiere quitar votos. Y en esas estamos.
Realmente el centrismo es ese imposible que nace cuando uno no está de acuerdo al 100% de las acciones y actitudes de una formación política o ideología política.
Por ejemplo a un conservador igual no le importa el matrimonio homosexual pero si le importa que haya conservadurismo económico y decoro en las escuelas o playas o cosa similar, o a una persona de izquierdas igual le parece mal precisamente el matrimonio homosexual.
Por eso esas personas descontentas con ciertas cosas puntuales de una ideología en concreto se apuntan a esa cosa llamada «centrismo» que por otra parte yo creo que existe y es posible, pero que personalmente a mi, me parece imposible de llevar a cabo, una total ecuanimidad ante posiciones políticas y demás.
Obviamente nada que ver con las formas, puedo estar en desacuerdo con un pepero, pero no tengo derecho a insultarle o a vejarle por el simple hecho de que no comparta mis ideas, siempre y cuando precisamente ese contrario político sea igual de respetuoso conmigo.