Ando estos días poniendo cañas, copas y mojitos en las fiestas de mi barrio. Con todo lo que rodea a este tipo de fiestas, incluida cierta dosis de caspa y sexismo (fue lamentable el espectáculo de dos mujeres mostrando el culo mientras bailaban la música que pinchaba un señor con cara de mal humor), sí supone una buena oportunidad para pensar acerca del valor de la diversión colectiva (e incluso individual) como forma de transgresión. No es algo que esté de moda: por mucho que los obispos denuncien que estamos en una sociedad hedonista y materialista, más bien parece que quien se divierte tiene que esconderse.
Sucede con el botellón, por ejemplo. Hace tres años decidí iniciar unos nuevos estudios (en este caso Ciencias Políticas) por las tardes. Como ya tenía yo 28 añitos, estaba (y estoy) en clase con gente a la que en general saco unos diez años (hay excepciones, como alguna lectora de este blog, ¿verdad, Carmen?). Por motivos meramente generacionales el botellón como tal fenómeno social empezó cuando a mí ya me pillaba mayor, pero no a ellos, que estaban en la edad de hacer botellón y apostaría algo a que la mayoría de ellos pasa las noches de los fines de semana en una plaza tomando kalimotxo con sus amigos. Pues bien, en cuanto algún profesor (no sé por qué el tema salía en 1º, pero ya las discusiones de 3º son más elevadas) sacaba el tema del botellón, todos aquellos que probablemente lo practicaran mostraban su preocupación por su generación, más centrada en el alcohol que en la lectura de clásicos grecolatinos (¿acaso es incompatible? ¿son conscientes del insaciable uso de las drogas que han hecho gran parte de los pensadores que han pasado a la Historia?). Siempre era yo, que por un criterio de edad no había vivido sino los primeros botellones, quien defendía que era una forma de ocio colectiva, tranquila, que generaba conversaciones y redes solidarias (muy informales, pero a un botellón nadie se lleva sólo lo que va a beber uno mismo, por ejemplo): lo que yo había visto en el botellón eran formas pacíficas de disfrute en las que un montón de desconocidos comparte una plaza y un buen rato. El único pero que se me ocurría eran las molestias a los vecinos y la suciedad generada. Pero el enfoque de mis compañeros no iba por ahí sino por una supuesta alienación inherente a quienes practicaran el botellón. Probablemente no hayamos superado la dialéctica entre lo dionisiaco y lo apolíneo y siga costando mostrarse feliz por los rasgos dionisiacos propios. No es raro que ahora sea lo más visitado de youtube un vídeo en el que se trata con mucho sentido del humor el botellón y el kalimotxo como hechos casi entrañables y tampoco es extraño que el cantante no sea un grupo juvenil que conozca el botellón, sino Pablo Carbonell que lo mira con aún más distancia que yo.
Algo parecido y con un contenido político más evidente ocurre con las formas de protesta. No paran las críticas contra las manifestaciones más divertidas que hay, que son sin duda las del Orgullo Gay: se les acusa de frivolizar, de ser más una love parade que un acto de protesta… Ayer mismo, cuando en las fiestas nos quejábamos del lamentable uso de la mujer que se hizo en el escenario, una señora me dio la razón diciendo que eso era como lo del orgullo gay. Se critica por poco eficaz la marcha por ser divertida, pero el hecho es que es la manifestación más multitudinaria que se repite año a año mientras otras manifestaciones rituales (como el 1º de mayo, como ejemplo emblemático) más serias van decayendo en participación: es precisamente la diversión, lo dionisiaco, lo excesivo, lo que permite ocupar la calle, hablar con el de al lado, festejar, reir,…
Participo desde sus inicios (aunque cada vez vaya faltando a más convocatorias víctima de mi calendario) en la Bicicrítica, marcha que el último jueves de cada mes recorre Madrid en bici generando el mismo atasco que ocasionan los coches el resto de días de mes.
Es una marcha muy divertida en la que nos juntamos un montón de personas que utilizamos la bici como medio de transporte para festejarlo sin más reivindicación que la consecución de una ciudad más amable. La marcha comenzó hace cuatro años con una docena de personas, especialmente por el empuje de un payaso amigo y lector y en la actualidad se suelen reunir tres cientas bicicletas cada mes ocupando las calles, charlando y terminando en un bar contándonos nuestras cuitas. También esta marcha ha triunfado y se ha consolidado (cada año somos más ciclistas en la Bicicrítica, pero también más ciclistas urbanos día a día en Madrid). Por supuesto, la mayor fiesta anual es la ciclonudista, que se celebra una vez al año en decenas de ciudades de todo el mundo. Al ser la más divertida es la más concurrida.
No sé si se puede llegar a la conclusión de que hoy en día la mejor forma de transgredir, de organizarse colectivamente, de generar redes sociales es la diversión. Sea o no así, sí creo incuestionable que, a igual efecto social, mejor pasárselo bien que convertirse en un triste.
¿Ponerse gregariamente hasta las trancas de cerveza y calimocho, con dinero paterno, mientras se cita a los clásicos: «Oé, oé, oé oé..», es transgresor? Uy, el Capitalismo debe de estar temblando de miedo ante esta futura generación de pensadores históricos.
Panem et circenses.
Bien, ya están las mismas críticas de siempre cuando a alguien le da por decir algo mínimamente sensato y no hipócrita con respecto al botellón.
Mira, Hugo te paso lo que hicimos en Valladolid sobre el tema el año pasado: una resolución y un vídeo
Aupa
¡Ay chure, hijo, que rancio suenas! A los botelloneros se les pone de alcohólicos y descerebrados, y a los que se ponen hasta las trancas de cerveza y calimocho en bares sin citar a los clásicos porque no hay huevos de entenderse con el ruido y la música a tope se les considera jóvenes saludables con ganas de divertirse. Ni tanto ni tan poco, pero seguro que el botellón dá más oportunidad a la conversación. Por lo demás todas las generaciones han considerado que sus sucesores eran mediocres…
Por lo demás, Hugo, el post es chulo. Una de las claves del éxito de las Masas Críticas es que son muy útiles y muy divertidas ¡Que se extienda el ejemplo! ¡Que tiemble el capitalismo! 😉