Estos días se cumplen diez años de uno de los asesinatos más sanguinarios que ha cometido ETA. Lo fue por el modo en que se produjo: secuestraron a una persona, la encerraron en el maletero de un coche durante 48 horas y lo sacaron después para dispararle en la cabeza y dejarlo en la cuneta; mientras, y sin que probablemente Miguel Ángel Blanco se enterara de nada, anunciaron el secuestro y un falso ultimátum al Gobierno: en 48 horas tenían que haber acercado a los presos de ETA a las cárceles vascas o matarían al concejal secuestrado. Obviamente en ese plazo y en esas condiciones ningún Gobierno hubiera podido acceder a tal acercamiento, por lo que simplemente se estaba anunciando la inminencia del asesinato con fecha y hora programada para implicar a toda la sociedad en la suerte de Miguel Ángel Blanco.
Es absolutamente legítimo que, diez años después, sea su familia la que decida qué tipo de homenajes se dan a Miguel Ángel Blanco. Si ellos deciden que el décimo aniversario del asesinato sirva para realizar reivindicaciones políticas de partido, es perfectamente legítimo, pues son ellos los albaceas de la memoria de Miguel Ángel Blanco. Además, es razonable pensar que el propio Miguel Ángel Blanco hubiera considerado oportuna esta utilización de su memoria, pues al fin y al cabo era militante y cargo público del Partido Popular, por lo que es razonable pensar que estaría cómodo en los postulados y en las prácticas de este partido: en todo caso, insisto, es a su familia a quien le toca decidir dado que, por desgracia, a Miguel Ángel Blanco no le podemos preguntar. Así está bien, si así lo quieren los familiares (ojalá siempre hubiera sido así: ¿se preguntó a alguna de las víctimas del 11-M si querían un funeral católico y de Estado en el que fueran más importantes la familia real, el ex presidente del Gobierno y sus ministros que las familias de los fallecidos?)
Por lo demás, resulta llamativo este recurso a la memoria de quienes tanto luchan contra los más tímidos intentos de recuperar la memoria de otras víctimas de otro terrorismo, del terrorismo, por cierto, que más muertos ha dejado en la historia de España. Imaginemos que hubiera voces que, ante los recuerdos que durante estos días se están haciendo de Miguel Ángel Blanco, dijeran: «No se puede hacer una historia de buenos y malos: Miguel Ángel Blanco pertenecía al Partido Popular, que también cometió errores»; «No hay que mirar al pasado, sino al futuro y remover ahora el tema del asesinato de Miguel Ángel Blanco sólo puede traer enfrentamiento»; «los que salen a la calle a homenajear a Miguel Ángel Blanco quieren dividir a los españoles entre buenos y malos»; «no pasaría nada porque hubiera calles y monumentos dedicados a los asesinos de Miguel Ángel Blanco, porque al fin y al cabo, forman parte de la historia de España y negarlo es querer reescribir nuestra historia»; «el cadáver de Miguel Ángel Blanco debería seguir en la cuneta donde murió; trasladarlo a un cementerio de acuerdo con los deseos de su familia es revanchista»; «quienes defienden el asesinato de Miguel Ángel Blanco como algo que no se pudo evitar, o quienes niegan que se produjera tal asesinato, son pensadores que no se tragan la versión oficial y a quienes la Universidad margina porque está controlada por el pensamiento único»…
Nadie dirá estas frases porque no hay nadie dispuesto a hacerse cómplice del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Nadie dirá esas frases porque todos sabemos que, con independencia de las ideas que defendiera o de la legitimidad o no de las peticiones que hicieran sus asesinos, nadie tiene derecho a cometer la atrocidad que se hizo con aquel ser humano.
Eso es lo único que hace falta para que la memoria no le incomode a uno: que no esté dispuesto a hacerse cómplice de los crímenes recordados y que se considere ilegítimo el crimen por mucho que sean los otros quienes sean sus víctimas. Cuando la memoria le resulta a alguien incómoda es que falla alguno de esos dos factores. Y esas frases, con toda su contundencia, son las que oímos continuamente sobre otras víctimas del terrorismo.

NOTA: Anda de blog en blog un premio llamado «thinking blogger award»: un blog lo concede a algunos blogs que le gusten especialmente y éstos, a su vez, lo conceden a otros que lo conceden a otros más… Ayer me lo concedió, con especial amabilidad, Gracchus Bebeuf, el autor de En la ducha final. No puedo más que agradecerle su cariño y mostrarle mi respeto. Yo, sin embargo, no lo voy a reenviar, pues para eso tengo algunos de los enlaces de la columna derecha: los blogs que enlazo son aquellos que me hacen pensar o que me han hecho pensar en ocasiones y me he acordado de enlazarlos (la blogosfera es gigantesca y hay blogs que he leído y me encantan pero no me he acordado de enlazarlos cuando he hecho modificaciones de esa columna). Además, más abajo, hay una lista con diez textos concretos que voy actualizando de vez en cuando cuya lectura recomiendo. Ésa es mi lista de premiados que, como toda lista, es injusta, pues hay muchos que son pero no están. En cualquier caso, ¡muchas gracias Gracchus!