Cita en su blog Manolo Saco unas declaraciones de Elorriaga en las que explica que el nombramiento de Bernat Soria es «un guiño a los sectores que muestran la mayor confrontación con la sociedad española»: obviamente se refiere a los sectores que defendemos la investigación científica y que no sometemos el conocimiento a ninguna superstición. Pero lo más curioso es que Elorriaga nos sitúa fuera de la sociedad española y en confrontación con ella: la sociedad española estaría conformada por la España eterna, católica, reaccionaria, sumisa y con un punto de analfabetismo. Los sectores (¿no podríamos ser sólo personas o incluso grupos?) que no nos sintamos cómodos ahí seguimos siendo, al decir de Elorriaga, la antiespaña: no sólo no somos españoles, sino que mostramos «la mayor confrontación con la sociedad española». Van ya así muchas décadas: lo ilustrado, lo liberal, lo laico, lo emancipador, lo republicano… siempre fue extranjerizante, afrancesado, enemigo de nuestras esencias.
El problema que tenemos es lo dominante que es ese discurso inquisitorial, hasta el punto de que la toma de posesión de dos ministros y ministras, ninguno de los cuales jura, ni toca la Biblia, sigue presidida por un inmenso crucifijo, pues al español el catolicismo se le supone. La confesionalidad de hecho de nuestro Estado y lo reaccionario de nuestra Iglesia ya sólo sorprenden a quien, de alguna manera, sí extranjeriza, quien toma alguna distancia para poder mirar críticamente lo que está pasando en la sociedad española. Así, en los últimos días han aparecido dos artículos de opinión indignados con la iglesia católica española: uno de un español que se fue a vivir a Marraketch, Juan Goytisolo en El País (Nostálgicos del Trono y del Altar), y otro de un irlandés que se vino a estudiar la historia reciente de España, Ian Gibson en El Periódico (Iglesia y ciudadanía).
Goytisolo viene a señalar la tradición de guerra y muerte que en los dos últimos siglos ha venido gestionando la reacción española siempre amparada por el poder religioso para evitar que en España surja una sociedad moderna: «Si no hay clima de guerra civil, habrá que inventarlo». Gibson, por su lado, pone el énfasis en la necesidad de respuesta ante la pesada presión de Rouco y sus hermanos: «Cada vez que vuelven a levantar la voz los enemigos de la libertad, que no duermen nunca, incumbe hacerles vigoroso frente dialéctico, en nombre de la cultura, de la razón, de la caridad y de los logros conseguidos pese a ellos por la humanidad, a duras penas, en su difícil caminar hacia la luz y hacia la vida. Incumbe hacerles frente, no intentar apaciguarlos. Porque, como se ha visto siempre, los matones desprecian a quienes les dan coba.»
Esa beligerancia que pide Gibson contra los enemigos de la libertad (por más que usen esa palabra cada vez que atan a quien pretende moverse) tiene un nombre: laicismo; y sólo puede tener un adjetivo: radical. Radical es aquello que va a la raiz, lo que afronta un problema en toda su profundidad. Y no puede haber un laicismo superficial. Sí hay, claro, sociedades más o menos secularizadas. Pero la desaparición del escenario público de las supersticiones que sólo atañen a la vida privada de las gentes, no puede ser un deseo parcial. Pero tampoco puede ser excluyente: son frecuentes los lloriqueos católicos que se sienten amenazados por un laicismo excluyente. No, el laicismo, precisamente, pretende alejar de la confrontación social los elementos que sólo pertenecen a los individuos. A la mayoría del catolicismo español no le cabe en la cabeza que el Estado no tome parte en los asuntos de Dios y piensan que una sociedad laica es una sociedad oficialmente atea. Pero no: una sociedad radicalmente laica es una sociedad en la que caben ateos, católicos, musulmanes y budistas, siempre y cuando cada uno de ellos no pretenda que su verdad se imponga sobre la de los otros, para lo que se retira de lo público.
Ilustrándolo con un ejemplo se entenderá mejor: en una sociedad laica el estado pondría todos los medios para que cualquiera viva su sexualidad como le dé la gana, se case o no con quien le dé la gana y por los ritos que le dé la gana siempre que no afecten a alguien que no lo desee; en una sociedad católica se impondría una sexualidad monógama, un matrimonio heterosexual no disoluble y por la Iglesia, cómodamente aliñada por la doble moral acostumbrada; en una sociedad oficialmente atea prohibiríamos a Rouco su enfermizo celibato. La primera opción es deseable por muchos y no excluye a nadie; la segunda es la que intentan imponer los Roucos y los Rajoys; la tercera es la única que la Iglesia podría sentir como amenazadora, pero no es pedida por nadie.
No se puede dar ni un paso atrás. No podemos seguir permitiendo que una jerarquía dogmática siga imponiendo nuestras costumbres, nuestra educación pública, nuestra investigación científica, mientras nosotros no hacemos nada por prohibirles sus celibatos, sus virginidades prematrimoniales, sus catequesis en las parroquias o su empeño en morir ellos con sufrimiento. La única opción que tiene el respeto mutuo es el laicismo; todo lo demás seguirán siendo parches con los que unos seguiremos sometidos a la moral supersticiosa de otros.
A mí, ese crucifijo me sentó como una patada en los güevos. Si los cuatro nuevos ministros no iban a hacer un juramento religioso, ¿quién puso ahí el candelabro?
¿es cosa del rey?
¿Y es cosa mía ligar republicanismo, ilustración, ciencia, democracia, laicismo…?
De acuerdo contigo, salvo en una cosa. Dices:
«A la mayoría del catolicismo español no le cabe en la cabeza que el Estado no tome parte en los asuntos de Dios…»
Yo hubiese dicho:
«A la mayoría del catolicismo español no le cabe en la cabeza que Dios no tome parte en los asuntos de Estado…»
Por supuesto, me refiero a los católicos que realmente pillan cacho gracias a que seguimos sin ser un Estado laico.
Toda la razón estoy contigo ,,,una España laica ,,cuando ??? a saber ,,,
salud y república
Lo tremendo de todo esto es que Elorriaga se supone que pertenecía a ese sector que se autodefinía como liberal dentro del PP, ese mismo que debería defender la libertad de conciencia y, sobre todo, que las creencias religiosas particulares se defiendan en la intimidad…
La que está cayendo contra Soria es digno de registrarse para la posteridad. El otro día, en la tertulia del programa de la Campoy, en Cuatro, había una tertuliana pro-PP (Angela Vallvey) que criticaba ese nombramiento porque Soria es marcadamente anticlerical, como si eso fuera un elemento de peso para decidir nombramientos que pertenecen a la esfera civil. Tal fue la sorpresa del resto que la tipa tuvo que matizar que ella sólo estaba hablando de un rasgo de la personalidad de Soria, pero que no quería decir que los ministros tuvieran que ser pro-Iglesia.
Ese es el problema que tenemos aquí y que tendremos mientras haya una parte de la sociedad que no sólo ve normal que la Iglesia participe activamente en la esfera civil, sino que critican a los que defienden que se dé una vuelta de tuerca a la famosa frase «A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César», como símbolo de la laicidad que debería ser la seña de identidad de las sociedades democráticas.