Se han hecho estudios antropológicos de prácticamente todo: la vida en un laboratorio, los yanomamis, las manifestaciones, los iconoclastas,… Pero tengo la certeza de que todavía no se ha hecho un estudio antropológico sobre uno de los lugares más importantes en la toma de decisiones públicas que hay en el occidente actual: el palco de un Estadio de fútbol. No lo digo en broma; probablemente esos palcos sean el lugar privilegiado en el que constructores, financieros, políticos… exhiben entusiastas sus magníficas relaciones. Es, probablemente, el punto en el que se perdieron las difíciles distancias entre lo público y lo privado: ¿cuántos constructores habrán apalabrado concesiones públicas, recalificaciones, etc… en el descanso de un partido con el dirigente político de turno? ¿Se imaginan al defensor del pueblo movilizado contra el destrozo natural que realizan algunos constructores después de habérselo pasado con ellos tan bien como muestra la foto?
Las historias de corruptos que se hacen populares gracias al fútbol y después dan el salto a la política son múltiples: Jesús Gil, fue alcalde de Marbella después de ser presidente del Atlético de Madrid; Silvio Berlusconi, presidente de Italia después de ser, entre otras cosas, presidente del AC Milan; Mauricio Macri, alcalde de Buenos Aires tras presidir Boca Juniors… La relación no cesa. Pero no se detiene en personas que, imprudentemente, se exhiben simultáneamente en el fútbol y la política. En Murcia, comunidad enladrillada al gusto de los votantes, una empresa llamada Polaris World que es la que controla la construcción y la televisión en Murcia ha patrocinado los principales equipos deportivos de la comunidad en fútbol, baloncesto, fútbol sala… ¿Qué interés podría tener esta constructora en aparecer en tantas camisetas? ¿El mismo que Jesús Gil en que Marbella apareciera en las del Atlético de Madrid? Sin salir de Murcia, el segundo equipo de la ciudad, llamado «Ciudad de Murcia» se va a ir a otra ciudad porque sus nuevos propietarios afirman que los políticos murcianos no apoyan al equipo. ¿Cómo habrían de apoyarlo? Por ello iban a trasladar el equipo (y su plaza en segunda división) a Granada, pero como tampoco se han visto «suficientemente apoyados» por los políticos, están intentando llevarse el equipo a alguna ciudad donde los políticos apoyen a estos humildes empresarios como merecen: cuando sepamos en qué ciudad va a jugar el Ciudad de Murcia el año que viene (con nuevo nombre, se entiende) nos podremos hacer una idea de la ética de los munícipes de tal ciudad, por mucho que a algunos de los parroquianos les valga la pena dar ese apoyo a cambio de tener plaza en Segunda.
Probablemente el fútbol ofrece la ventaja de que los poderosos consideran que las vísceras (el amor a los colores) hacen prescindible el disimulo y se lanzan a operaciones especuladoras con la complicidad de todos y sin el menor disimulo e incluso con exuberancia.
Es posible que el caso más llamativo sea el de las torres de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid, que están cambiando el perfil de la ciudad en una zona que, sin que hayan entrado a trabajar las decenas de miles de trabajadores que ocuparán las torres,
ya está colapsada. Es una operación desastrosa para el urbanismo madrileño, amparada en mentiras (cuando se aprobó el proyecto, en el centro de las cuatro torres iba a haber un inmenso pabellón de deportes del que nunca más se ha sabido), pero que beneficia enormemente al capital inmobiliario, a un puñadito de empresas gigantescas, con la excusa de que es por el bien del Real Madrid: es un desastre, pero como beneficia al equipo de todos, nos callamos todos, que las prioridades son las prioridades.
El deporte es un terreno en el que no se disimula: tan pronto facilitan los poderes políticos las monstrusidades que se le ocurre al poder económico, como acude éste a inaugurar la monstruosidad que se le ocurre al político de turno (recordemos a Florentino Pérez en la inauguración del Campo de Golf en Chamberí, del que tanto he escrito y en cuya gestión participa su empresa, ACS). No hace falta disimular la relación porque en este campo la ausencia absoluta de ética de lo público no sólo no resta, sino que suma puntos, pues el equipo de fútbol es ya una patria ante la que cabe inmolar el dinero público, la racionalidad urbanística,… todo.
Por eso un estudio de lo que sucede en torno a ese mundo (y a otros, como la Fórmula 1, cuya podredumbre cada vez conocemos mejor) nos ilustraría con cierta facilidad las relaciones entre determinados poderes allí donde no hacen nada por disimularlas.
Me parece demagógico el post. Y pon pruebas de las acusaciones. Sino, el corrupto, eres tú.
¿Pruebas de qué? ¿De que Jesús Gil fue un corrupto? Explícate, que a mí me parece bastante evidente lo que escribí ayer.
En todo caso que no fuera evidente la corrupción que rodea al fútbol (del que soy aficionado, por cierto) no me convertiría, como dices, en corrupto, sino en frívolo, mentiroso,… ¿pero en corrupto? ¡Qué simpleza!