En todos los debates como el de ayer al concluir el cara a cara entre el Presidente del Gobierno y el portavoz del mayor partido de la oposición hay desbandada general: decenas y decenas de diputados deciden que el resto de la sesión no tiene interés alguno y toman las de Villadiego quedando el parlamento con su habitual imagen: unos sesenta diputados se quedaron ayer hasta el final.
El Congreso de los Diputados tiene 350 escaños. De ellos 311 son del PP y del PSOE porque son los dos partidos más favorecidos por la ley electoral. Del resto, 38 corresponden a listas minoritarias y uno es un tránsfuga del PP. Esos 38 diputados corresponden a 3.872.839 votantes que decidieron que sus posiciones estarían mejor representadas por otros partidos distintos a los dos mayoritarios. Cada uno de esos diputados y cada uno de esos votantes merece exactamente lel mismo interés por sus opiniones y propuestas que Zapatero y Rajoy por las suyas. Sin embargo, cuando el presidente del Congreso da la palabra al tercer grupo del parlamento (en esta legislatura CiU), los diputados se marchan en tropel.
Normalmente, se defiende la ausencia de diputados en el pleno del Congreso argumentando que en realidad están trabajando en sus despachos siguiendo el debate por la tele. ¿Alguien se cree que ayer a las diez de la noche los diputados ausentes estaban en sus despachos trabajando y escuchando atentamente al señor Cerdá y no en casa con las pantuflas viendo House? No: si se fueron no es porque tuvieran un compromiso inaplazable (que también hubiera debido impedirles acudir in situ a presenciar el cara a cara entre Rajoy y Zapatero), sino porque no aceptan el pluralismo representado en el Congreso, que es algo parecido al pluralismo político de nuestra sociedad, y prefieren interpretar nuestro país como una confrontación electoral entre sólo dos partidos. Y se fueron porque dan por hecho que su función en el Parlamento es aplaudir cuando habla su líder y gritar cuando habla el líder rival, así que una vez cumplida su función se pueden retirar a descansar.
Son ya demasiados años con lo mismo como para pensar que los diputados ignorados no deban reaccionar de alguna forma. Sería muy buena idea que los 38 diputados de grupos minoritarios (o los 45 o 35 que sean el año que viene tras las elecciones) se coordinen por una vez y decidan que en el próximo debate sobre el estado de la nación no van a acudir a presenciar el debate entre los dos partidos más votados en justísima respuesta a lo que les hacen estos partidos a ellos: que salgan y sigan el debate, juntos, en una pantalla en alguna sala del Congreso acaparando cierta atención de los medios. Cuando terminara ese debate entre estos dos partidos, entrarían todos esos diputados a presenciar los distintos discursos de los partidos pequeños y las réplicas a éstos del presidente del gobierno, cruzándose en las escaleras con los diputados del PP y del PSOE que se irían a casa a descansar en vez de escuchar a los pequeñajos.
Así, estos grupos harían muy visible su malestar (por una vez los medios de comunicación tendrían que hablar de lo que estos grupos hacen y dicen) y los mayoritarios no podrían afear una conducta que es exactamente la que llevan teniendo ellos durante los 25 años que tiene este debate. Una cosa es que no le saquen a uno en el «Tengo una pregunta para usted» y otra es que en el Parlamento le hagan a los parlamentarios luz de gas.