Hoy termina el juicio contra los autores del atentado del 11 de marzo de 2004. Hace casi cinco meses, cuando el juicio estaba a punto de comenzar, escribí un texto en el que me declaraba desolado porque el juicio no iba a traer nada bueno. Desde hace ya bastante tiempo creo que me equivoqué con aquel pronóstico.
El juicio ha sido bastante positivo en muchos aspectos. En primer lugar para las víctimas: uno de los miedos que aparecían era que el juicio removiera los sentimientos no cicatrizados de los afectados por aquellas bombas. Por ello hubo un sorprendente vacío en la sala las primeras jornadas, debido a que muchas víctimas habían recibido el consejo psicológico de evitar su presencia en el juicio. Sin embargo, en lo que uno conoce, el juicio ha sido visto con cierta frialdad por las víctimas: en vez de remover, ha ayudado a cicatrizar. Han podido ver día a día a los autores de sus sufrimientos de diversos tipos (los alegatos finales de los acusados de hoy probablemente sean la última muestra de la super-inocencia de alguno de ellos). Y, aparentemente, todo ello no les ha traído el sufrimiento pronosticado, sino una mayor serenidad.
Durante el juicio se han aclarado muchas cuestiones de hecho. Se ha aclarado que la teoría de la conspiración es y ha sido siempre un cuento canalla que se inventaron unos pocos para forrarse y defender intereses meramente partidistas aprovechándose de la credulidad o la maldad de unos borregos negros; se ha caído por su propio peso y sólo ha sido defendida por algunos de los acusados y por el abogado de la AVT (y de la filial para el 11-M que se inventó Esperanza Aguirre) que emitió unas palabras según las cuales no había pruebas, pero él tenía el convencimiento de que ETA estaba allí. El convencimiento moral, habría que matizar, convencimiento que otros tenían el 13 de marzo.
Se ha aclarado, además, que el abogado de la AVT es un fascista. Ha ido repetidamente al juicio con un teléfono móvil en cuya tapa lleva la bandera y el escudo de la dictadura franquista y lo ha colocado de forma que fuera visible para quienes iban al juicio como público, en general víctimas de otro terrorismo. Pero es que también se ha aclarado que los abogados de la AVT se coordinaban con los de los acusados para que la teoría de la conspiración ayudase a dejar en la calle a los autores de los crímenes: sólo lo expuso Nacho Para en El Periódico, pero al parecer era notorio porque sus reuniones no evitaban la presencia de ninguno de los asisitentes al juicio en los descansos.
Otras cuestiones, en cambio, han quedado en el terreno de las dudas. Algunas pruebas que señalaban a unos pocos de los acusados han resultado ciertamente dudosas. Esa también es una ventaja: no hay ninguna razón para que nadie desee prisión a alguien de quien no se sabe a ciencia cierta si está implicado o no. Si el juicio permite que prime la presunción de inocencia, bienvenido sea.
Muchas cuestiones sobre cómo pudo ser posible el 11-M tampoco han sido aclaradas: ¿era tan fácil como ha parecido a lo largo del juicio conseguir explosivos en la España de 2004? ¿Cuál es el grado de podredumbre e incompetencia que tenía todo lo que había en torno a confidentes y policías incapaces de ver más allá de sus narices? ¿Cómo pueden los ministros del interior de aquellas épocas (Oreja, Rajoy, Acebes) estar pavoneándose por su firmeza? ¿Es Díaz de Mera un tipo en el que confiar la dirección policial y un euroasiento? La negligencia política y policial que permitió el 11-M debe cobrarse responsabilidades de tipo político sin duda, pero probablemente de tipo judicial también.
Se anuncia sentencia para mediados de octubre. Parece que la mayoría de las condenas están cantadas. Doy por hecho que los teóricos de la conspiración la utilizarán para dar nuevas vueltas de tuerca, para seguir enmierdando todo lo que encuentran en su camino con tal de evitar su responsabilidad y de llenar sus insaciables bolsillos. Además, pase lo que pase, habrá recurso en el Supremo. Pero ya serán sólo los irreductibles, los fieles de una religión fanática, quienes todavía sigan a semejantes pastores.
Mientras, las víctimas del 11 de marzo podrán seguir intentando que las heridas cicatricen, sabiendo sin duda quién está ahí para apoyarlas y quién sólo para usarlas y aprovecharse de ellas y, si no sirven, para machacarlas.