En Madrid, ciudad sin demasiado arraigo de tradiciones, las fiestas del barrio de Chueca, en torno al día del Orgullo Gay, se han convertido en buena parte en las fiestas populares de la ciudad. Superan con mucho la afluencia de las más antiguas, como la Paloma o San Isidro y están adquiriendo un arraigo que las convierte en nuestros San Fermines, nuestras fallas, nuestra Feria de Abril. Asimismo, la manifestación del Orgullo ha pasado de ser un acto reivindicativo por la libertad y los derechos civiles a convertirse también en un punto de unión y diversión protagonizado por el colectivo homosexual acompañado por una inmensa multitud de heterosexuales que apoyan sus reivindicaciones y que se lo quieren pasar bien con sus amigos cualquiera que sea su orientación sexual.
Sin duda las fiestas y especialmente la manifestación central han ido perdiendo su necesario carácter reivinidicativo tal y como explican desde el Bloque Alternativo por la Liberación Sexual, pero sin ninguna duda, la popularización de estas fiestas, del carnaval en el que se convierte la manifestación de hoy ha traído muchas ventajas para el colectivo homosexual. En primer lugar ha logrado una complicidad absoluta (la complicidad que se establece con aquella gente con la que uno se lo pasa bien) por parte de muchos heterosexuales que no se habrían planteado la causa de la liberación sexual como propia dada la comodidad en la que se vive siendo heterosexual. En la misma línea, el carácter festivo de estos días ha hecho que se vea la absoluta normalidad de un colectivo durante tantos años marginado, insultado y discriminado por su supuesto carácter de bichos raros. Esta normalización hace que hoy, al menos entre determinada juventud urbana, resulte mucho más estrafalaria la visera de Rouco en una mani ultrarreligiosa que un show drag queen.
Esa debe ser la aspiración de este colectivo: que pronto veamos que no hay más diferencia social entre ser homosexual y ser heterosexual (o bisexual o transexual) que la que hay entre ser diestro y ser zurdo. Hace pocos años también los zurdos eran desviados a los que había que corregir y enseñarles a escribir con la mano derecha: la extrañeza con la que hoy pensamos en ese pasado reciente será pronto la que tengamos al recordar que hubo un tiempo en el que las religiones y los partidos ultramontanos se manifestaban contra la igualdad ante la ley de todos y todas con independencia de quién pase por su cama.