En un estupendo apunte, Javier Ortiz señalaba ayer una especie de americanización del Ejército español y la hipocresía de quienes ven la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio: se centraba en el hecho de que tres de los muertos en el Líbano fueran colombianos, del mismo modo que los muertos estadounidenses suelen ser hispanos y negros, lo que nos permite señalar allí una estructura social racista y discriminatoria. Hay otro elemento que estamos importando en nuestra consideración de las guerras que es el apoyo a las mismas hasta que empiezan a caer los nuestros (ya sean nuestros por profesión, por origen o por residencia). Un ejemplo asombrosamente cristalino fue la intervención de Rajoy al conocer la muerte de los soldados del ejército español en el Líbano: la del Líbano es una misión que contó con apoyo unánime del Parlamento y en concreto con apoyo del PP; en ningún momento se ocultó que era una misión de riesgo; pero llegan los primeros cadáveres y Rajoy entiende que ello puede ser aprovechado porque la población española, tan timorata, se pondrá ahora en contra de nuestra presencia allí. Es la línea carroñera que le habían marcado ya en agosto desde el GEES y que hoy recuerda, en un imprescindible post, Manuel Rico.
Una acción es legítima o no en función de muchos parámetros, pero nunca en función del riesgo propio. Por poner un ejemplo radical que posiblemente ya haya expresado en este blog: si la guerra de Irak hubiera sido legítima, el 11-M no la habría hecho ilegítima, sino que habría sido una respuesta terrible a una acción legítima; del mismo modo, siendo como fue una guerra ilegítima, el 11-M fue una acción terrible que nos hizo (a unos más que a otros) vivir en primera persona la tragedia que suponen ese tipo de decisiones, se tomen en islas portuguesas o chalets de Morata: al margen de otras consideraciones, el 11-M no añadió ni quitó legitimidad a la decisión tomada de bombardear y ocupar Irak. Si la decisión que uno toma es éticamente correcta los riesgos que se corran no atañen a la condición ética de la decisión, sino en todo caso a la conveniencia de asumir tal decisión. Lo mismo sucede en el Líbano: cualquiera que fuera la postura que uno tuviera el domingo pasado sobre la misión allí desplegada, esa misma postura debería ser mantenida hoy.
Personalmente no tengo una postura muy definida: tengo claro que, a diferencia de las borrascas intelectuales que intentó introducir ayer Rajoy, no es una misión equiparable a la que tuvimos en Irak ni tenemos en Afganistán: no estamos ocupando un país contra su voluntad, el ejército español no forma parte de ningún bando en guerra y las partes en conflicto asumieron la bondad de esa presencia. Sin embargo ello no deja de contrastar con mis intensas convicciones antimilitaristas: una estructura intrínsecamente jerárquica y autoritaria y coyunturalmente machista, racista y reaccionaria como el ejército no es el mejor instrumento para ayudar a otros pueblos a construir una convivencia pacífica interna ni con sus vecinos. A diferencia de lo que ha ocurrido con las demás intervenciones recientes del ejército español (Yugoslavia, Irak, Afganistán), no sabría qué contestar si me preguntaran si estoy a favor de que las tropas españolas hayan ido al Líbano (afortunadamente nadie me lo pregunta).
Pero lo que sí que tengo claro es que la muerte de los seis soldados no aclara mi falta de posición ni la enturbia: no juega ningún papel al respecto.