Me di cuenta el sábado, leyendo distintas cosas por internet, al ver un artículo de Eduardo Sanmartín en el ABC titulado Herejes. Es un artículo que insinúa la puesta en duda del cambio climático sin argumentar con datos que éste pudiera no existir o no venir por la contaminación emitida por (algunos de) los humanos. Y lo que hace, a partir del título mismo, es presentar la afirmación de que se está produciendo un vertiginoso calentamiento del planeta provocado en buena parte por las emisiones tóxicas que generamos como dogma, lamándo al cambio climático «verdad oficial». Miré en Google (el «buscador oficial») qué pasaba al buscar «verdad oficial«. Ocurre que se encuentran 215.ooo entradas; la primera de ellas corresponde a un blog que critica breve pero argumentadamente la Transición y con el que podría estar de acuerdo (de hecho, supongo que pronto aparecerá buscando «verdad ofucial» este post con el que, obviamente, estoy de acuerdo).
Pero no es la tónica general de quienes atacan la «verdad oficial». Se puede encontrar fácilmente en Libertad Digital a un Ignacio Villa tratando de sacar partido de la muerte de 17 militares españoles y que aporta como prueba de que estaban en misión de combate que la verdad oficial dice lo contrario; en Escolar podemos leer la referencia de un diálogo de César Vidal contra la teoría de la evolución, su particular «verdad oficial»; en el foro de los patanes negros podemos encontrar, bajo el título «Masonería connection» que aunque la «verdad oficial» lo esconda, tras el 11-M está la oscura mano masona; por fin, en la página de UPN (el partido al que el PSN se dispone a entregar el gobierno navarro) vemos a Jaime Ignacio del Burgo defendiendo la conspiración del 11-M contra la «verdad oficial», incluida en el título de su textito «Consecuencias del 11-M (la verdad oficial)»
Es una forma de mostrar un falso escepticismo, en realidad tan dogmático como la más fanática de las religiones. Para defender cualquier cosa bastaría estar en contra de una «verdad oficial» para mostrar que yo soy un escéptico que no me creo todo lo que me echen, al contrario que los borregos que se creen la «verdad oficial». Pero es un falso escepticismo: pues no pone en duda, sino que afirma lo contrario de la supuesta verdad oficial sin ningún tipo de aparato crítico. Seguramente hoy a lo largo del día la «verdad oficial» será que hace calor; pues bien, entre alguien que diga hoy que hace calor y alguien que diga que está nevando el más escéptico no tiene por qué ser el segundo.
Hay «verdades oficiales» de todo tipo: unas falsas, otras obvias, algunas sin contenido ninguno… El hecho de afirmar compulsivamente que algo es falso por ser una «verdad oficial» es tan poco escéptico, tan dogmático, como aceptar acríticamente todas las «verdades oficiales» que nos rodean. El escepticismo consiste no en afirmar que es mentira todo lo que los demás dicen que es verdad, sino en no asumir ninguna verdad a priori, examinar críticamente los argumentos, los datos y tomar (o no) posición según éstos.
Pero no: la «verdad oficial» se ha vuelto un anatema. Equivale simplemente a decir: «quien no piense lo que yo es un borrego, un idiota que se cree todo lo que le dicen los demás». Es decir, «no crean los dogmas que le dan los demás, créase los que le doy yo».