Probablemente Olga Sánchez ha sido la fiscal de un caso más sometida a presiones profesionales y personales de los últimos treinta años. Mientras algunos medios y algunas personas muy concretas han hecho de la mentira carroñera sobre el 11-M su principal fuente de ingresos y su eje vital, Olga Sánchez, fiscal a la que la maldita mañana del 11 de marzo de 2004 le tocó en suerte investigar el caso, se ha sentido personalmente implicada en la suerte de las víctimas. Son varias las anécdotas que cuentan las víctimas del 11-M ensalzando la gigantesca calidad humana de Olga Sánchez y doy por hecho que la fiscal sabe el cariño y el agradecimiento que la inmensa mayoría de ellas le guardan.
Ayer en el juicio, que ya termina, Olga Sánchez se refirió a ese conglomerado periodístico (con cierta generosidad: es un tinglado periodístico-político: ¿o acaso no están metidos en los podridos inventos el ex-presidente Aznar con sus desiertos lejanos y sus montañas remotas y diputados como Zaplana y el infame Jaime Ignacio del Burgo? ¿Cuánta pasta ha sacado del Burgo gracias a los bulos y los muertos?) y el juez le recriminó porque no era una valoración jurídica. No puedo estar más en desacuerdo con la actitud del juez.
En primer lugar porque no ha sido igual de escrupuloso, por ejemplo, con el abogado de cierta asociación que se ha pasado el juicio mostrando al auditorio (aunque no a las cámaras para no salir en la tele) una pegatina en su teléfono móvil con la bandera franquista, pollo incluido. Dado que durante el juicio el móvil le era perfectamente inútil, el gesto no podía tener más sentido que provocar a cuantos demócratas hubiera en la sala. El juez nunca le dijo nada, y me parece bien que se sea laxo: más vale pasarse de blando que de duro. Pero o con todos o con ninguno.
Pero sobre todo estoy en desacuerdo con la crítica del juez porque no se puede compartir que las mentiras emanadas de cierta derecha mediática y de la derecha política no sean un asunto que haya interferido en la investigación judicial. Por ir a lo anecdótico: es sabido y ha resultado evidente que una de las prioridades del juez Bermúdez en el juicio ha sido cumplir los plazos que se había marcado para impedir que se dilatara en el tiempo el juicio oral. Ese objetivo es el que supuestamente justificaba las borderías que lanzaba a diestro y siniestro cuando se repetían preguntas ya hechas o que no parecían demasiado oportunas o cuando los acusados trataban de responder con una mínima argumentación. Pues bien, para un hombre que exige el aprovechamiento íntegro del tiempo como este juez debió de ser un trago amargo perder una mañana con la comparecencia absurda de tres etarras cuya única relevancia era la que se habían inventado los periodistas a los que se refería Olga Sánchez. Sí, el proceso judicial, desde el mismo 11 de marzo, ha sido continuamente bombardeado por la gente de la que hablaba Olga Sánchez.
El comentario de Olga Sánchez no era una mera valoración ética sobre periodistas, políticos y patanes negros, sino una referencia a quienes han bombardeado el proceso para impedir una sentencia que dejara bien a las claras lo que pasó antes, durante y después del 11 de marzo. Han hecho todo lo posible por dilatar el juicio (el mismo Rajoy anunció que la instrucción del caso probablemente debería de ser anulada), por minar la credibilidad del juez instructor y de la fiscal y eso son cuestiones que tiene todo el derecho a recoger la fiscal en su escrito de conclusiones.
Distinto es que esos peridodistas y políticos (los patanes negros no: esos ni se han aprovechado de la basura que esparcían) además lo hayan hecho por dinero y por objetivos políticos, que se hayan ciscado en las víctimas, que hayan demostrado hasta qué punto les da igual el terrorismo si de él no se pueden sacar réditos privados… Ésas sí son valoraciones éticas que deberán estudiarse en las facultades de periodismo y de ciencias políticas, pero, probablemente, no en sentencias judiciales.