Zapatero todavía no se ha reunido públicamente con ninguno de los partidos que han intentado que el proceso de paz saliera adelante. Hoy sin embargo se reúne con Rajoy, el único dirigente político salvo Otegi que ante el fin del alto el fuego ha puesto muchas condiciones al Gobierno y ninguna a ETA.
Rajoy es un hombre curioso. Acostumbrado a esconder su identidad, ha decidido pasar la legislatura como si fuera el presidente del gobierno (cargo que no ocupa porque perdió las elecciones), pero en cambio ha decidido hacer como que no preside el PP (partido que oficialmente preside porque Aznar lo decidió así). Contrasta la loca capacidad de veleta que exhibe dejándose llevar por los vientos que más fuerte soplen desde sus filas (sean vientos mediáticos, aznarianos, esperanzistas o gallardoneros) con la rigidez autoritaria con la que le exige (él nunca propone, nunca sugiere: siempre exige) al presidente del gobierno (el otro, el real, el que obtuvo más votos que él y fue investido con los votos de muchos otros partidos) que adopte todas las medidas que a él o a su periodista de cabecera se le hayan ocurrido la noche antes.
En sus desvaríos, Rajoy ha inventado el apoyo incondicional condicionado: ya se mencionó aquí la fabulosa fórmula utilizada en plena campaña electoral por Rajoy según la cual «en la lucha antiterrorista daré mi apoyo incondicional al gobierno si ilegaliza ANV». Es la tónica general de cada arranque moderado del títere Mariano. Ofrece un acuerdo, ofrece su apoyo con la única condición de que los demás hagan exactamente lo que él quiere, que para eso es el Presidente de Verdad.
Y en verdad a veces se queda corto. Según ha dicho Astarloa y al parecer va a plantear hoy Rajoy, la mejor forma de que el PP no saque a Alcaraz a pasear es que UPN siga en el gobierno de Navarra y el PSN renuncie a pactar con IU y Nafarroa Bai. Es un gesto de moderación: seguro que lo ha propuesto Gallardón. Si hubieran escuchado a Espe, seguro que el apoyo pasaba también por la cesión al PP de los ayuntamientos de Rivas y Córdoba, en los que el apoyo del PSOE podría colocar alcaldías españolas de verdad y no escoria bolchevique.
La locura de Rajoy (inducida: él sólo se deja llevar) no parece que vaya a terminar antes de las próximas elecciones generales, lo cual no quiere decir que sí vaya a terminar después de las mismas. Se ha instalado el supuesto de que cuando el PP pierda las elecciones el año que viene se darán cuenta de que sólo pueden ganar si el nuevo (Espe, Gallardón, Aznar -bis-, Botella, o quien sustituya a Rajoy el año que viene) se cree sólo un diputado (o una diputada) de la oposición. Sin embargo, es probable que, tengan el resultado el que tengan el PP ha emprendido un camino de difícil retorno instalándose en la creencia de que sólo es legítimo un gobierno si lo controlan ellos.
Haría bien Rajoy en escuchar a su jefe de manifestaciones. Haciendo una lectura sorprendentemente audaz, Alcaraz explicó que «el fin del alto el fuego puede favorecer electoralmente al PSOE». Aunque lo haya acompañado de la retahíla habitual (el comunicado de ETA sería también fruto de un pacto con Zapatero), podría llevar razón Alcaraz: las bombas siempre han beneficiado electoralmente a quien está en el poder y Rajoy ya sabe el triste resultado que le dio intentar obtener rendimiento electoral de los asesinados. Esa es la razón por la que él, aunque no se dé cuenta, pobrecito, no es presidente del gobierno.