En 1996, poco antes de llegar al poder, preguntaron a Aznar si era partidario de ilegalizar a Herri Batasuna: contestó que esa idea era una estupidez. El llamado «espíritu de Ermua», construido a partir del asesinato de Miguel Ángel Blanco, tuvo en principio como lema «Vascos sí, ETA no» y tras ese asesinato nadie planteó penas más duras, ni ilegalizar partidos políticos, aunque el grandioso sentido democrático de los Aznar, Mayor Oreja y Garzón llevó al cierre de Egin, sobre el que todavía (nueve años después) no hay juicio según una extraña versión del Estado de Derecho.
En la tregua de 1998 el margen de negociación que planteaba ETA era mucho más estrecho que el que planteó en Argel («Cuánto más hubiera ganado (ETA) si hubiera dejado todo cerrado en Argel», decía hace un par de días Javier Ortiz). De todas formas, durante la tregua ETA consiguió acercamientos de presos y decenas de liberaciones. Pasó la tregua y la reacción fue la conocida por todos: ilegalización de múltiples organizaciones y partidos, incremento en diez años de cárcel de las penas de terrorismo y sumisión absoluta del poder judicial a los designios del poder político (incluso en algún caso competición por ser el primero en poner en marcha esos designios, como ocurrió cuando Garzón se adelantó a Mayor Oreja ilegalizando Batasuna una semana antes de que lo hiciera el Supremo por la Ley de Partidos).
Llegada la tregua de 2006 se mantiene la Ley de Partidos, no se legaliza ninguna de las organizaciones previamente ilegalizadas, no se acercan presos, no se libera a nadie. La posición de la izquierda abertzale a la hora de negociar es también mucho más débil: la gran aspiración política que planteó Otegi era una autonomía de cuatro provincias en el marco de la Constitución de 1978. Termina la tregua y en menos de 72 horas se lleva a un preso que iba a pasar el resto de su condena en su casa donostiarra a una cárcel madrileña y se encarcela a Otegi por unos hechos idénticos a otros por los que sólo tres meses antes había sido absuelto. Ya Rodríguez Ibarra anuncia que todos vamos a ver la furia del Bambi de acero, es decir, Ibarra supone que habrá cada vez más y más dureza estatal, esto es menos límites democráticos a la acción del Estado. Aunque las brabuconadas de Ibarra no tienen por qué ir de la mano de la realidad, todo indicia que está reflejando el ánimo que hay en el gobierno.
No sería de extrañar que los próximos meses nos esperen medidas que el propio Aznar no llevó a cabo. ETA les ha dado, como siempre, una fuerza a lo más duros y nos deja exánimes a quienes de siempre hemos criticado los crecientes límites, vengan de donde vengan, a libertades políticas y de expresión. Ya el otro día, cuando tras el comunicado de ETA rompiendo el alto el fuego decidí mantenerme en mis posiciones favorables a la solución dialogada, los comentarios fueron comprensiblemente escépticos (en el mejor de los casos). Es conocido el dicho según el cual «la violencia contra el poder o destruye el poder o fortalece al poder». ETA no deja de fortalecer a los más duros de los que están entorno al poder y de debilitar las posiciones más abiertas a cambios políticos, territoriales y penales. Su estrategia es suicida, pero eso no es grave.
Lo grave es que nos está suicidando a todos. Por mi parte pienso seguir exigiéndome que las atrocidades de ETA no debiliten ni un ápice mis principios democráticos.