Tras una semana pensando en ello, llega la hora, sí, de analizar qué le pasó a Izquierda Unida en las municipales. Es difícil saber si Izquierda Unida ha subido o ha bajado. Dada su política de alianzas (con Aralar en algunas zonas del País Vasco, en Compromís en Valencia y con diversos pactos en Melilla, Baleares, Cataluña…) resulta muy difícil separar el trigo de la paja y saber qué votos corresponden a IU, que votos corresponden a sus aliados y qué votos corresponden al conjunto. Si se suman los votos obtenidos por el conjunto de las alianzas en las que ha participado IU, la coalición habría subido un poco respecto a 2003; si se deja de contar los votos de esas candidaturas IU habría bajado algo. Por tanto, todo análisis resulta ciertamente discutible y no pretendo convencer a nadie de mis posiciones, sino simplemente exponerlas.
Parece que lo coherente es tratar de evaluar la situación de Izquierda Unida con independencia de los resultados electorales. Por la brevedad que exige un post (o más bien, la brevedad que me exigen algunos de los más antiguos lectores de este joven blog) seré muy esquemático:
-La política de pactos con las diversas izquierdas responde a la vocación original de Izquierda Unida: la conjunción de fuerzas de izquierdas que desde la diversidad se encuentran para defender un cambio en las políticas concretas. No sólo resulta correcta esa política sino que sería bueno profundizar en ella: si Izquierda Unida refuerza su perfil federalista y defensor del derecho de autodeterminación (que yo sepa sigue siendo parte de las ideas que defiende IU), tendrá sencillo ampliar las alianzas como las logradas para estas elecciones; pero si además se plantea el ecologismo como uno de los ejes políticos clave (de hecho el cambio climático es probablemente la amenaza más seria que sufre el capitalismo) podrá atraer a la pluralidad del movimiento verde; si, por último, la lucha por la III República asume un papel protagonista en Izquierda Unida será fácil encontrarnos de nuevo con antiguos compañeros de viaje, como Izquierda Republicana. Son pasos razonables que generarían una Izquierda Unida más abierta, más plural y más sólida. Parecería lógico que una fuerza llamada Izquierda Unida intentara unir a la izquierda.
-Las diferencias internas deben resolverse mediante el debate político y el leal intercambio de ideas. Los debates que deben protagonizar la vida interna de IU son políticos y programáticos: el programa electoral debería fraguarse en las asambleas durante los cuatro años previos a cada cita electoral y, en función de esos programas, se deben elaborar las candidaturas. Hasta ahora la prioridad parece más personal (quién se coloca en qué puesto) que política. De ello son reflejo las pugnas internas en Asturias y Madrid: mientras en el PSOE y el PP apenas hay diferencia de voto en la capital entre sus candidatos autonómicos y municipales, en Izquierda Unida Inés Sabanés obtiene, en Madrid ciudad, un 6.79% más de votos que Ángel Pérez, lo que indica un fuerte componente personal en el voto, en detrimento del aspecto político. Pero también fue significativo (e incomprensible) que diecisiete días antes de las elecciones Francisco Frutos salga diciendo que no se habla con Llamazares porque «no tiene estatura moral ni política«: la crítica simplemente personal debería estar desterrada de nuestros hábitos políticos, pero más bien parece que todo vale con la voluntad suicida de sacar al PCE de IU.
-Izquierda Unida debe ser capaz de presentar una forma de hacer política diferente: si no, su utilidad social es discutible. Uno de los ejes con los que debe presentarse es con la propuesta de una modificación sustancial de la democracia hacia un modelo participativo. Pero esas cosas no se pueden vender sin ejercitarlas: Izquierda Unida debe transformarse en una fuerza radicalmente democrática y trnasparente (en todas sus organizaciones y estructuras) para poder trasladar a la sociedad un modelo diferente de hacer las cosas: si queremos pasar de ser bisagra a ser alternativa, tendremos que presentar modelos alternativos de hacer las cosas. Y el mejor cartel electoral posible es dar ejemplo. Si ésa es la refundación que se propone, bienvenida sea.
Prometí no extenderme y, evidentemente, no lo he cumplido: ¿cómo voy a pedir ahora a otros que cumplan sus promesas?