Hoy se cierra la campaña electoral y, en tanto que militante de Izquierda Unida, se supone que debería escribir pidiendo el voto para nuestros candidatos y candidatas. Sin embargo, no sé por qué, tengo un cierto pudor a la hora de pedir el voto: el pasado martes hablé por primera vez en un acto electoral de IU y tras contar nuestro programa para el barrio y exponer lo que hemos hecho en los últimos cuatro años apoyando a los vecinos en sus protestas, se me olvidó (o quizás no supe hacerlo) añadir un «vota Izquierda Unida». Me es mucho más cómodo defender ideas, proyectos concretos, modelos de democracia,… como los que defiende Izquierda Unida y que sea el lector el que, si está de acuerdo con lo que he expuesto, decida qué votar (o incluso no hacerlo).
Por eso, lo mejor será que exponga lo que se juega en unas elecciones municipales y autonómicas como las del jueves. En primer lugar podríamos intuir que bajo los gritos de algunos se esconden tres modelos de democracia (por ser generosos): una tendente al autoritarismo, una más abierta, pero vertical y paternalista, y un modelo de democracia participativa en la que los cargos electos sean el instrumento de los ciudadanos para conseguir elaborar las ciudades y los pueblos según sus decisiones. La democracia participativa es ya una realidad en muchos pueblos y ciudades del mundo: no es una locura de cuatro iluminados, sino que se está poniendo en marcha, funciona. La participación parte de un supuesto básico de la democracia: en política no hay verdades, sino decisiones. Podemos ampliarlo diciendo que, aunque hubiera verdades, no hay ninguna razón para pensar que un concejal está más cerca de ellas que los propios ciudadanos. Y que, puestos a equivocarse, quien tiene derecho a hacerlo no es ninguna cúpula, sino los propios ciudadanos, que pasan a ser responsables de su ciudad.
Si sólo se jugara eso, habría razones sobradas para que las elecciones municipales no se hubieran convertido en una bastarda primera vuelta de las generales del año que viene. Pero hay mucho más. Nos jugamos que lo público sea tratado con transparencia, que haya quien, como el alcalde de Seseña, pare los pies a quienes deciden sacrificar nuestro territorio en el altar de sus intereses privados. Nos jugamos que no se entregue a las empresas constructoras una ciudad que se endeuda para los próximos 30 años, dificultando enormemente la implantación de proyectos sociales que hay que pagar. Nos jugamos ciudades sostenibles, el cambio climático, frente al continuo fomento del coche. Nos jugamos que las televisiones públicas sean democráticas y realmente plurales. Nos jugamos que en nuestros callejeros deje de haber generales yagües y caídos de la división azul. Nos jugamos la igualdad entre mujeres y hombres, entre las distintas razas, opciones sexuales, credos (y ausencia de credos), orígenes nacionales. Nos jugamos que los inmigrantes tengan derecho al voto y no sean tratados como esclavos.
Tengo claro que ese modelo se defiende mejor desde Izquierda Unida. Pero más que a votarla, que también, a lo que animo es a participar en ella, a militar en IU, para que sea una organización cada vez más democrática y para que seamos cada vez más ciudadanos: más autores de las políticas que se nos aplican.