Entre los objetivos que se plantean Rosa Díez y el resto de los intelectuales que han anunciado la creación de un nuevo partido, está el siguiente tópico manido que paso a copiar tal cual: «Promoverá la reforma de la ley electoral para impedir expresamente el peso excesivo de los nacionalismos periféricos y las distorsiones que imponen al sistema constitucional y a la voluntad ciudadana expresada en las elecciones, como ha ocurrido con la reforma del Estatuto de Cataluña».
Pese a su intachable altura intelectual, esta gente miente o está mal informada, pues deja caer que los nacionalistas tienen un peso muy superior al que le tocaría si se representase en el Parlamento a los partidos en función del voto que han tenido. Dado que hay 350 diputados, cada 1% de votos debería acarrear 3,5 votos. Si esa estricta regla se hubiera aplicado en 2004 (redondeando porque no puede haber 0.3 diputados), nuestro Congreso tendría 149 diputados del PSOE (ahora tiene 164), 132 del PP (tiene 148), 17 de IU-ICV (tiene 5), 11 de CiU (tiene 10), 9 de ERC (tiene 8), 6 del PNV (tiene 5), 3 de Coalición Canaria (tiene 3), 3 del BNG (tiene 2), 2 del Partido Andalucista (no tiene escaños), 1 de Chunta Aragonesista (tiene 1), 1 de EA (tiene 1) y 1 de Nafarroa Bai. Quedarían con 0.55 diputados (es decir: con el redondeo que hemos aplicado entrarían con un diputado) partidos que quedaron fuera en el 2004: Bloc-EV, Partido Aragonés, PSM (Entesa), Ciudadanos en Blanco, Los Verdes-Ecopacifistas y Aralar-Zutik.
Parece claro, a la luz de las matemáticas, que la ley electoral actual ni beneficia ni perjudica a los nacionalistas (salvo a los más pequeños, que son perjudicados): no es en ese ámbito en el que introduce una gigantesca distorsión, sino en el hecho de que PSOE y PP se repartan el 70% de los escaños que correspondería a Izquierda Unida (que es realmente la única fuerza, junto con el PA, que puede quejarse de la distorsión que genera la Ley Electoral actual) y el 100% de las que quedan fuera del Parlamento a pesar de tener votos suficientes para entrar.
Donde sí hay una distorsión importante es en el Parlamento Vasco, donde la igualdad de representación de las provincias (25 escaños cada una, independientemente de su población) coloca a Álava en una situación de extraordinaria sobrerrepresentación, por lo que PP y PSOE tienen, también en el Parlamento Vasco (aunque allí sean minoría) más diputados de los correspondientes por los votos que tienen. ¿Allí también quieren modificar nuestros insignes Ciudadanos la ley electoral? Supongo que sí, porque lo contrario sería aplicar la ley del embudo, que queda muy fea en un intelectual.
La sobrerrepresentación de los nacionalismos es un tópico que no tiene ninguna relación con la realidad, pero que de tanto ser repetido se lo han creído hasta los intelectuales más críticos con las verdades oficiales. Pero además hay una cosa que no nos han explicado estos intelectuales que, al definirse como Ciudadanos, dan a entender que los que no estamos con ellos somos súbditos: reformar la ley electoral ¿de qué forma? Si pretenden imponer una ley mayoritaria, lo que ocurrirá no será que desaparezcan los nacionalistas, sino que sus fuerzas se agrupen en torno a los nacionalistas más fuertes: es lo que sucede en el Senado donde sí que hay una ingente distorsión, pues el PP es el partido mayoritario, casi con mayoría absoluta, aunque no fuera el más votado, pero sigue habiendo una notabilísima presencia del nacionalismo periférico: eso sí, Izquierda Unida sale aún más marginada que en el Congreso. Si lo que pretenden es elevar la barrera electoral, a los nacionalistas les bastaría con presentar listas conjuntas (como hacen en las elecciones europeas) para tener la representación que les corresponde.
Los nacionalismos están en el Congreso porque están en la sociedad: su presencia no distorsiona «la voluntad ciudadana expresada en las elecciones», sino que precisamente refleja esa voluntad. Da la impresión de que la única forma de conseguir que los nacionalistas no estén en el Congreso es ilegalizarlos. Acaso la Ley de Partidos, tan excesiva para algunos, se haya quedado corta para otros: los menos demócratas, claro.
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